Iniciando a Mónica

Babe

Iniciando a Mónica
Tener la suerte de iniciar a un hembra de calidad para convertirse en una auténtica zorra con ganas de polla a todas horas, y a su marido en un puto cornudo deseoso de ver a su puta rellena por todos los agujeros, no es algo que tenga la suerte de vivir muy a menudo. Y eso es lo que me ocurrió el sábado pasado.

– Alicia, esta es Mónica, la mujer de Alfredo. Laura, mujer de Antonio. Carlos, y Mario.

El plan era un poco coñazo, pero no podía decir que no, era una cena del departamento de mi marido y allí estaba, preparada a pasar la noche como pudiéramos. Hacía una semana que me lo había dicho Luis, y me apetecía, más bien poco, pero había sido una propuesta de Alfredo, el jefe, y claro, no podíamos fallar, y además tocaba ser encantadora con todos.

Laura, la mujer de Antonio era una payasa estirada a la que no soportaba, igual que él. Mónica, sin embargo, me parecía una mujer diez, un poco más joven que yo, unos 45, muy, muy guapa y elegante, mechas rubias, cuerpo discreto pero insinuante, simpática, con una sonrisa preciosa. Un pastelito. Alfredo, unos 52 ó 53, pinta de ser un machista redomado y un poco tirano por lo que me contaba Luis. Carlos y Mario, dos chicos majetes, unos treinta y tantos, no especialmente guapos, ni tampoco feos, bueno sí Mario era especialmente guapo, y quizá Carlos, especialmente feo. El caso es que enseguida trataron de hacerse los simpáticos y crear buen ambiente. Bien por ellos.

La cena fue mejor de lo esperado, sin entrar en temas conflictivos, nos reímos, comimos y bebimos bien. Alfredo no dejaba de mirarme con total descaro, haciendo comentarios subidos de tono, pero con cierta gracia. Sin embargo, me desagradó mucho su actitud con Mónica, con comentarios medio despectivos sobre ella, sobrevalorando a otras mujeres, compañeras de trabajo, amigas, a mí sin ir más lejos, y dejándola a ella ahí como una tonta sin decir una palabra. Me ardía la sangre. Mario, el niño mono, sentado a mi derecha, en más de una ocasión me tocó la pierna con la mano, y desde luego, se pasó toda la noche con su rodilla pegada a la mía. Estos dos están ya comiendo de mi mano, pensé, pero seguí a lo mío, ser una mujer recatada y encantadora, sensual y buena esposa.

Al acabar la cena propuse ir a nuestra casa a tomar una copa, los solteritos enseguida se apuntaron, Alfredo tenía los ojos encendidos y dijo que sí sin dudar. Por supuesto, ni miró ni preguntó a Mónica para saber qué le apetecía a ella. Laura y Antonio se fueron porque ella estaba muy cansada. Mejor, porque las tres cosas que dijo en la cena me pusieron enferma. ¡¡ Menuda tontaina !!

Después de despedirnos de la parejita y coger un par de Uber llegamos a casa. Luis en seguida se puso a preparar las copas mientras yo hacía de anfitriona buena enseñando la casa y aprovechando para ir calentando el ambiente, una carantoña por aquí, una buena rozada de tetas por allá, algún comentario sugerente. El caso es que el nivel de baboseo fue subiendo por momentos. Alfredo, sin reparos ya, me dijo, Alicia, vente aquí conmigo, dando unos golpecitos al sillón vacío a su lado. Estaba entre Mario y él, o sea que no me importó. Cuando me senté, mi vestido se subió hasta la mitad del muslo, vi como los ojos de los dos hombres se recreaban en mis piernas, sin asomo de cortarse.

Luis, por su parte, tonteaba con Mónica sin parar de tocar su rodilla, bromear con ella e incitar a Carlos, un poco cortado, a que entrase en el juego. Vi que era el momento, y saqué nuestros dados eróticos, ese jueguecito tonto, donde con varios dados te dicen una parte del cuerpo y una acción para realizar.

En la primera ronda me ofrecí yo para empezar, cada uno tiraba los dados y tenía que hacerme lo que saliera. Empezó Alfredo, acariciar y labios. Su dedo índice tocó suavemente mis labios y yo permanecí impasible. Creo que le jodió un poco, sobre todo cuando vio que la tirada de Mario fue magrear y culo. Mario me cogió el culo con las dos manos y me pegó un buen sobeteo, mientras, los gritos de los demás iban en aumento. Carlos en su turno sacó morder e interrogación, eligió darme un mordisquito en la oreja sin más historia, y llegó el turno de Mónica, que sacó magrear pecho. Se levantó enrojecida, se dirigió hacia mí y con una sola mano acarició levemente mi teta derecha: – “Vamos Mónica, eso no es magrear, en el metro me tocan más”, gritó Carlos. Mónica, más enrojecida aún, levantó la vista, me miró a los ojos y me cogió las dos tetas con sus manos, acariciándomelas un buen rato. Mis pezones se pusieron duros. Ella se dio cuenta, pero no fue la única. Luis me miraba conteniendo la risa.

Hicimos la ronda de Alfredo y Carlos, con algún besito entre los chicos, y sobaditas de polla, que todos conjuraron que aquello se quedaba allí, “lo que pasa fuera del curro, queda fuera del curro”, decían muy gallitos.

Le tocó a Mónica, que se había ido soltando un poco y estaba mucho más tranquila, el primer botón de la camisa se le había desabotonado y dejaba ver un escote más que apetecible. El primero fue Alfredo, acariciar, cuello, todo muy light. Luego fue el turno de Luis, azotar, culo. Mónica, que ya estaba bastante desinhibida, se dio la vuelta, apoyó las rodillas en el sofá y se inclinó hacia delante. Luis se acercó y en lugar de pegarla así, metió la mano debajo de la falda, se la levantó, dejando su culo al aire y le pegó dos azotes que retumbaron en todo el salón en medio del silencio que se creó. Alfredo no se podía creer lo que estaba viendo, yo le miraba divertida, mientras él se debatía entre el enfado y la excitación tremenda que estaba experimentando. Aún Luis se permitió dar varios azotes más a una Mónica que seguía impasible arrodillada en el sofá.

La siguiente ronda era la mía, cogí los dados mirando uno a uno a los solteritos, que ya estaban expectantes y con los ojos encendidos, “buff superar esto va a ser complicado”, dije, mordiéndome un poco el labio, tiré y me salió lamer, labios. Me levanté y me acerqué a Mónica, ella se recostó en el sofá y cerró los ojos, en un gesto que me encendió por completo. Su inocencia era realmente turbadora. Oía los cuchicheos y comentarios de los demás detrás de mí, me puse de rodillas encima de ella, mi falda se subió hasta dejar mis muslos completamente al aire, acerqué mi lengua a sus labios y los comencé a lamer muy despacio.
Mónica, con los ojos cerrados, abrió su boca y nuestras lenguas se juntaron. Me quedé de piedra, no me esperaba eso, pero no me importó, más aún, me gustó. Estuvimos un rato largo mordiéndonos la boca una a la otra, mientras yo me iba calentando cada vez más. Estaba en medio de cuatro tíos que debían estar excitados como perros, comiéndole la boca a una mujer, con mi marido y su jefe mirándonos, y esa mujer era la del jefe de mi marido.

El morbo iba en aumento, notaba como mi coño estaba completamente húmedo y ya no podía pararme. Bajé mi lengua por su cuello, mientras con mis manos desabotoné su blusa y mis manos se recrearon en esas dos tetas maravillosas, redondas, ni muy grandes ni muy pequeñas, perfectas. La quité el sujetador y las dejé al aire. Tenía dos pezones enormes que parecían cerezas rosadas preparadas para la lujuria. Los acaricié, los chupé, los mordí, los pellizqué, mientras Mónica comenzó levemente a gemir en su sillón.

La quité la falda y el tanga, dejándola con sus medias tumbada en el sofá y un coño perfectamente perfilado que esperaba más. Me agaché, lamí con la lengua su pubis y ella empezó a abrirse de piernas, incitándome a entrar en su cueva húmeda. Busqué su clítoris con los labios, lo mordisqueé al tiempo que ella empezó a gemir con más fuerza. No tenía ni idea de lo que pasaba a mi alrededor, pero a esa mujer ya no la podía dejar. Sus gemidos se convirtieron en gritos y sus gritos en aullidos.

Entonces fue cuando vi cómo Luis se acercaba por delante y la ofrecía su polla, que ella cogió encantada, ansiosa, se la metió entera en la boca, empezando a comérsela con un deseo de perra en celo. Los otros se habían acercado a nosotras y nos sobaban con algo de reparo, a mí el culo y el coño por encima de las bragas, a Mónica las tetas, que amasaban y pellizcaban. Me levanté y le dije a Carlos que me desnudase, mientras a Mario le ofrecí a Mónica para que se la empezase a follar.

Carlos se abalanzó sobre mí desvistiéndome, casi arrancándome la ropa, dejándome sólo con mis medias y los tacones, mientras Mario se sacó la polla y la metió de un golpe en el húmedo coño de Mónica, que seguía comiéndosela a Luis.

Mientras Carlos me baboseaba un poco las tetas y el cuello, me acariciaba el coño y me daban algún azote en el culo, miré a Alfredo que estaba pasmado, recostado en el sillón, con cara de bobo y un buen bulto en el pantalón.

Pensé que Mónica era un bocado demasiado apetecible para dejarlo ya en manos de aquellos hombres. Aparté al tostón de Carlos, que se quedó ahí de pie con la polla tiesa, y me dirigí hacia ella. Luis se había corrido en su cara, me acerqué y lentamente me puse a lamer los restos de lefa de su nariz, de sus labios, de sus mofletes, de sus ojos, al tiempo que los hombres se echaban para atrás y se masajeaban sus pollas mirando el espectáculo.

Nuestras bocas se unieron en un largo y cálido morreo, nuestras tetas se refrotaban humedecidas con sudor y lefa, las manos de Mónica magreaban mi culo con fruición y los gritos de admiración de nuestros espectadores fueron creciendo. Me puse de rodillas encima de la cara de Mónica y le metí el coño en la boca, me lo empezó a comer con hambre de viciosa veterana, y casi al instante me hizo correrme, me agaché y la correspondí entre espasmos de placer. Nuestro 69 estaba poniendo más y más cachondos a aquellos pervertidos.

Antes de dejar mi presa en manos de esos lobos voraces, me tumbé en el sofá frente a ella, uniendo nuestros coños y follándomela. Nunca antes me lo había hecho con una mujer, nuestros flujos se entremezclaron, nuestros clítoris vibraron, y los gritos de placer de las dos, sólo podían ser tapados por los aullidos de los que nos rodeaban.

Cuando decidí que estaba bien, me levanté aún jadeando, miré a los cuatro hombres, empalmados y ansiosos de su turno: – por este espectáculo en un peep show pagáis una pasta ¿eh cabrones? Espero que sepáis recompensarlo. Venid, que vais a disfrutar este pastelito de Mónica ahora vosotros.

Carlos, Mario y Luis se acercaron mientras Alfredo seguía como hipnotizado mirando a la que hasta esta noche había sido la “mojigata y tonta” de su mujer y ahora se había convertido en la más “zorra y caliente” de todas las hembras. Yo conocía ese brillo en sus ojos por propia experiencia. Toda mujer casada llevamos una perra en celo en nuestro interior que anhela ser despertada, pero todo hombre casado lleva un cornudo cabrón que arde en deseos de ver cómo otros machos se follan y disfrutan de su hembra. No hay nada que excite más a un buen marido.

Luis se tumbó en el sofá, alzó a Mónica la puso sobre su pelvis y la penetró. Sus tetas comenzaron a moverse con un vaivén hipnotizador, Carlos se puso en pie delante de ella y se la metió en la boca, mientras ella se dejaba hacer. Mario me miró, me agaché para lamer un poco su culo, sus huevos y su polla. Era de buen calibre, seguro que valía para mi objetivo. Después de baboseársela bien, eché un par de escupitajos en el culo de Mónica y se lo abrí un poco con los dedos, Mario se acercó y trató de penetrarla. Se notaba que su culo era virgen, no fue fácil, en cada embestida ella lo cerraba por instinto. Los otros dos tuvieron que parar para que Mario se la pudiese clavar al fin. Mónica gritó como una puerca, más de dolor que de placer, pero la primera vez es lo que tiene. Los tres reanudaron su ritmo llenando a Mónica por completo, usándola como la auténtica mujer diez que era y haciéndola traspasar una frontera que no tenía vuelta atrás.

Me volví hacia Alfredo, que se había sacado la polla y se estaba haciendo una paja sin moverse del sillón. – Eres un cornudo asqueroso, no te mereces ni un segundo de placer hasta que tu puta no esté saciada por completo del todo, y cuando lo haga irás y la limpiarás bien toda la leche que han dejado sus machos. Sin decir una palabra se soltó la polla y me miró. Su cara me inspiró, me agaché a sus pies, le cogí la polla y se la empecé a comer a la vez que los aullidos de Mónica indicaban que sus violadores estaban cumpliendo. Cuando se corrió en mi boca, sin tragarme ni una gota, me levanté, mirándole a los ojos acerqué mis labios a los suyos. El morreo inundó toda su boca con su lefa, aún caliente.

Mónica jadeaba en el sofá, con los ojos cerrados, con una enorme sonrisa en la cara y cubierta de semen por todos lados. Alfredo se levantó y se dirigió hacia ella. Se arrodilló con devoción y empezó a lamerla. Desde ese momento tuve la certeza de que Mónica y yo íbamos a ser inseparables.

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