El vuelo nocturno de regreso a casa

El vuelo nocturno de regreso a casa
La había visto en el hall de espera en el aeropuerto.
Una morocha exuberante, con unas hermosas tetas y unas largas piernas matadoras que asomaban por debajo de su breve vestido de verano.

El bronceado de su piel era espectacular; pero justo en ese momento mi adorable mujercita tironeó de mi brazo, para decirme que ya estaban anunciando el embarque de nuestro vuelo de regreso a casa.
Las mini vacaciones en Miami habían sido geniales; pero ahora teníamos un vuelo bien rutinario para volver a la realidad de Buenos Aires y demás…

Ana y yo pasamos por Migraciones y finalmente abordamos el avión.
Cada fila tenía tres asientos. Ana decidió sentarse en el correspondiente a la ventanilla y a mí entonces me quedó el del medio. Esperaba que el del pasillo quedara sin ocupar: el viaje sin escalas sería largo y con ese asiento
libre, tal vez resultaría más cómodo para estirarme y descansar mejor.

Finalmente, todos los pasajeros ya estaban sentados y ese asiento del pasillo contiguo al mío permanecía sin ser ocupado. Pero justo antes de que se cerraran las puertas delanteras, un hombre entró atropelladamente, arrastrando en el aire a su esposa.
Era esa misma morocha voluptuosa que yo había estado desnudando con la mirada mientras esperábamos embarcar. Ahora llevaba lentes oscuros y no podía disimular su cara de hartazgo, mientras su esposo discutía con la jefa de cabina. Ella siguió camino hacia el fondo, buscando su asiento.

Sonrió al llegar a mi lado y sus curvilíneas piernas ubicaron su bonito cuerpo en ese asiento que yo esperaba tener vacío. Su esposo siguió protestando, hasta que fue a sentarse en otro asiento más adelante…

La miré de reojo, comprobando que no era hermosa; tenía rasgos duros, pero todo el conjunto, empezando por su tremendo cuerpo, la hacía muy atractiva. Era ya una mujer que estaba llegando casi a los cincuenta; pero, de todas maneras, verla sentarse a mi lado provocó que mi hasta entonces tranquila verga diera un leve respingo.
A pesar de la rápida sonrisa que me había dado al sentarse, yo podía sentir su mala vibra. Su esposo parecía todavía peor; ni siquiera volteó su cabeza desde su asiento, para verificar si su mujer se encontraba cómoda…

Ana seguía distraída mirando por la ventanilla todos los preparativos para despegar. Me acerqué a ella y pude ver que solo estaba interesada en un musculoso auxiliar de pista, que sonreía exhibiendo sus trabajados bíceps.
Apenas despegamos, las azafatas ofrecieron un refrigerio. La morocha a mi lado eligió un tequila y unos minutos después, solicitó una segunda vuelta.

El vuelo era nocturno y al poco tiempo apagaron las luces de la cabina para que quienes lo desearan, pudieran descansar a gusto en la oscuridad.
Anita no fue la excepción y muy pronto se sumió en un profundo sueño, apoyando su cabeza sobre mi hombro.
La sensación de inmovilidad se hizo aún más evidente en mi cuerpo.

Estaba apretado entre mi delicada mujercita y esa hembra morocha que sorbía su vaso de tequila en la penumbra del avión. Yo solo podía mover mi mano izquierda y eso fue lo que me invitó a jugar con fuego.

Las piernas de mi sensual vecina eran una invitación a acariciarlas. Conteniendo la respiración y con el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal, fingí rascarme mi pierna izquierda; pero al hacerlo rocé con suavidad la pierna de esa mujer, que también había cerrado los ojos…

No hubo ninguna reacción por parte de ella; así que decidí arriesgar un poco más y esta vez le pasé las yemas de mis dedos por su muslo.
Otra vez ella no dio señales de haberlo notado. Me imaginé el escándalo que podría organizar esta mujer si me recriminaba en voz alta mi conducta. El riesgo era muy alto, pero no podía detenerme, la suerte estaba echada.

La siguiente vez la caricia fue deliberada, imposibilitado por un impulso perverso y morboso para detenerme. Observé de reojo la cara de esa mujer, sin encontrar reacción alguna. También volteé a mirar a Anita, que seguía respirando suavemente sobre mi hombro.
Esa combinación me provocó una erección un poco dolorosa.

Sin pensar demasiado en las posibles consecuencias, apoyé mi mano sobre ese muslo bronceado y esperé unos segundos. Nada, ella seguía con los ojos cerrados, sin mover un solo músculo de su cara.
No quité mi mano, pero esperé un poco más de tiempo para avanzar. Sentí que su piel era suave, sedosa, bien firme y muy deseable.

Entonces noté que, a pesar de sus ojos cerrados, esa hembra ahora tenía su respiración cada vez más agitada. Entonces ya más confiado, empecé a extender mis caricias desde su rodilla hasta llegar al ruedo de su vestido.
Mi corazón ahora latía a mil por hora y la respiración de ella era agitada.

Posé mi mano entre los muslos y froté suavemente su pubis a través de la delgada tela del vestido. Ella evidentemente ya no pudo reprimirse más y empezó a empujar sus caderas hacia adelante.
Su respiración seguía en aumento. Las venas de su cuello se empezaron a ver, palpitaban al igual que su deseo. Entonces supe que esa hembra no me iba a reclamar nada. La tentación aumentaba; aunque yo sabía que Ana podía despertase en cualquier momento y agarrarme a patadas…

Mi mano despacio se sumergió bajo su falda y acaricié con las yemas de mis dedos su pubis, que se notaba todo depilado. Una pequeña tanga de algodón era lo que ahora separaba mis dedos de sus labios vaginales. Noté que esa tela se iba humedeciendo bajo mis suaves caricias.

Me decidí a entrar en esa humedad lo antes posible; la invitación era constante; ese cuerpo sensual se arqueaba pidiendo más. Mi vecina marcaba con rítmicos empujones de su pubis, mientras mi mano encontró un espacio entre esa breve tanga y el vientre plano de mi vecina.

Mis dedos se deslizaron dentro, encontrando esa labia bien depilada, empapada de sudor, caliente y excitada…
Hundí el dedo índice y el respingo de la mujer no se hizo esperar, cuando un ligero gemido, casi imperceptible, escapó de su garganta. Pronto el dedo mayor se sumó al ataque, buscando el punto G. Su delicada vulva había abandonado toda resistencia y ahora se entregaba al placer prohibido.

Miré sus rasgos duros, pero ella nunca abrió sus ojos. Sus labios rojos apenas abiertos dejaban escapar unos muy leves suspiros.
Durante un largo rato mis dos dedos siguieron entrado y saliendo, disfrutando de esa humedad caliente. De repente sentí que sus caderas se tensaron y un pequeño espasmo me hizo saber que esa hembra sensual había tenido un orgasmo. Su cuerpo se relajó finalmente y yo delicadamente saqué mis dedos de su hermosa concha…

Ella siguió con los ojos cerrados, pero su boca se acercó a mi oído, para susurrar suavemente un “gracias…”.

Giré para mirar a mi dulce mujercita, que seguía con sus ojos cerrados y respirando tranquilamente sobre mi hombro. Decidí relajarme yo también y tratar de conciliar un poco de sueño.
Pero apenas me acomodé, sentí que un par de manos luchaban afanosamente para desabrochar mi cinturón y deslizar el cierre de mi bragueta. Mi verga todavía seguía un poco endurecida y pronto sentí un par de labios calientes y húmedos alrededor de ella.

En la poca penumbra que había, pude ver la cabeza de mi vecina que subía y bajaba al compás de la tremenda chupada que me estaba dando.
Tuve que morderme los labios para no gritar mi placer y me preocupó bastante que Ana pudiera despertarse y ver lo que estaba sucediendo.

Pero esa hembra era muy buena en cuestiones orales: en menos de dos minutos me hizo explotar en su boca. Después de acabar, me relajé bastante y dejé que ella me dejara limpia mi verga a golpes de lengua.
Cuando se incorporó, me miró con intensidad fijamente a los ojos.

Esta vez fui yo quien le agradeció lo que me había hecho…

Unas horas después desperté, junto con Anita. La luz del sol ya entraba por algunas ventanillas abiertas. Mi dulce esposa me sonrió, diciendo que ahora servirían el desayuno y que estábamos bastante cerca de casa.
Mi vecina ahora leía una revista y tenía sus larga piernas cruzadas.
La miré de reojo y ella me dedicó una sonrisa sugestiva, casi imperceptible.

Y supe que esa hembra ya no tenía tanta mala vibra…

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