Entre los manzanos, mi primer hombre

Entre los manzanos, mi primer hombre
A mis 15 años tuve mi despertar sexual, como ya relaté anteriormente, y fue con otra mujer. Esa relación duró unos 5 meses, pero siempre seguimos siendo amigas, hasta hoy. Nunca fue nada serio, nuestra relación era algo más como maestro-aprendiz. Sin embargo, todo lo que experimenté con ella fue solamente lesbianismo, y bueno, a mi no me interesaban los hombres tampoco. No aún.

Pasé mis 16 teniendo sexo solamente con mi mano, y a mis 17, cuando entré a 3ero medio tuve mi primera relación seria con una mujer que conocí en una fiesta a la que me invitaron. Eso duró un año y llegué a 4to medio, mi último año de colegio.

No me interesaban los hombres aún en ese entonces, sin embargo, tenía amigos hombres. Uno en especial con el que me llevaba bastante bien, aunque siempre noté que yo le gustaba, a pesar de saber que yo salía con mujeres. El nunca lo dijo, ni se insinuó de ninguna forma, pero una lo nota. No sé como, pero lo nota.

Estaba terminando ese último año, yo no tuve ningún tipo de relación seria, solo un par de aventuritas. Él lo sabía, y aun así no parecía rendirse conmigo, siempre estuvo ahí cuando lo necesité. Y fue después de nuestra licenciatura, en la casa de un compañero que organizó una “última junta” como curso, que yo caí en sus brazos. La casa era grande y espaciosa, asique podíamos hablar sin problemas mientras caminábamos. Y con grande me refiero a que había una piscina, y un montón de árboles frutales en el terreno, y mucho espacio libre. Asique recorrimos eso mientras hablábamos.

-¿Aún no pololeas? –le dije yo, como retándolo, entre la conversación.

-No tengo tanta suerte como tú –me respondió riendo.

-Jaja, no es que a mi me lluevan las parejas o algo así.

-Aah, pero tu eres linda, y te atreves mucho más. No me interesa en todo caso, estoy bien solo.

-Eso lo dices porque nunca has estado con nadie –dije disimulando el sonrojo que tuve cuando me dijo linda, nunca había sido tan “directo”- Pero gracias, en todo caso.

-¿Por qué?

-Por… decirme linda.

-Ah…

Nos quedamos en silencio, mientras caminábamos cerca de unos manzanos. Agradecí a que estuviese oscuro, porque me sentía abochornada, sobre todo porque él estaba como si nada.

-El problema no es ser lindo o no, es atreverse más –dije continuando la conversación, aunque me sentí hipócrita dando ese consejo, pues yo misma antes de mi primera vez era una monja prácticamente. Y fue ahí donde lo comencé a pensar…

-Nah, no siempre se puede, cuando tenga la mejor oportunidad creo que haré algo.

-¿Por qué no haces la oportunidad? –dije yo, dejando de caminar, con la cabeza gacha.

No me gustaban los hombres, no aún. Pero él… lo conocía, nos conocíamos, había confianza. Y sentí el deseo de tomar yo el rol de “maestra” esta vez… aunque ahora admito que también hubo harto de curiosidad por él, curiosidad por experimentar algo nuevo.

-¿Cómo? –dijo él, sin entender bien, algo desconcertado.

Pero yo no le respondí su pregunta, sino que le dije:

-Abrázame. Solo abrázame.

No supo que decirme, pero finalmente, cuando me puse en frente de él terminó haciéndome caso, y me rodeó con sus brazos.

Era muy diferente a una mujer, eso es obvio… pero no sabía qué tan diferente se iba a sentir. Era acogedor, estaba acostumbrada a ser de la misma altura de mi pareja, a veces más alta, pero nunca más baja como en esa ocasión, y nunca había sentido unos hombros tan anchos ni unas manos tan firmes, hasta entonces estaba acostumbrada a la fragilidad de una mujer, y nunca me había sentido tan… envuelta.

Sentía su respiración nerviosa en mi oído, y se sentía bastante bien.

-Esta es tu oportunidad –le dije- No, nuestra oportunidad…

Esa noche supe qué tan estrecha puede ser la diferencia entre una relación de amistad profunda y amantes. Solo un pequeño roce de labios cambia todo, pues desde que lo besé nació en mi pecho un cariño que no había sentido por nadie hasta entonces, ni siquiera por Marcela… mi “maestra”, ella siempre fue muy loca para estar con ella seriamente o encariñarse mucho.

Esa noche mientras nos besábamos no pude evitar sentir cómo su pene se ponía cada vez más duro contra mi vientre, aunque yo no le presté atención. Hasta que yo comencé a excitarme también. Dejamos de besarnos entonces y le dije algo nerviosa:

-¿Tanto te excita besarnos? -como si yo no me hubiese mojado.

-Perdón… no es que yo lo decida.

-Lo sé, tontito. Aunque no se note, yo también… me estimulo haciendo esto.

-¿En serio…?

-Mira…

El no supo a que me refería sino hasta que levanté mi falda de colegio (pues no me había cambiado después de la licenciatura) y guié su mano hasta mi vagina. Aunque no opuso resistencia se notaba su tensión, aunque de a poco se fue soltando y su toqueteo ahí abajo fue mejorando y suavizándose.

-Nunca he tocado a una mujer, asique yo no sé… además tienes más experiencia en esto que yo–

-Shh… lo sé, no me importa, tu solo sigue.

Lo callé mientras me armaba de valor y mientras me tocaba yo puse mi mano en el bulto que tenía en su pantalón. Era la primera vez que me acercaba a un pene, una sensación totalmente única. Estaba muy duro, podía notarlo a través de la tela, y parecía ser muy sensible, pues a medida que lo frotaba él comenzaba a agitarse cada vez más. Cuando ya había reunido el valor suficiente finalmente decidí sacarme los calzones, para que así pudiese tocarme mejor.

-¡¿Q-quieres tener sexo?! –preguntó algo asustado, obviamente interpretando de otra forma el que dejara al aire mi concha. Aunque yo si me atrevía a seguir… a pesar del miedo que tenía, por ser la primera vez.

-No sé… soy virgen, ¿sabes? Solo me he acostado con mujeres… como bien sabes.
-Si… entiendo bien, además sería demasiado rápido…

-No me importa eso…, siendo sincera estoy bastante caliente ahora… estoy dispuesta.

Y era verdad, mi calentura esa noche superaba cualquier otra cosa. Sabía por mis oídos que dolía al principio, pero después era muy rico… y bueno, esa noche me arriesgué, a pesar de que no resultó lo que esperaba.

Asique quedamos en hacerlo, pero nos adentramos más entre los manzanos. El resto de mi curso reía y la pasaba bien en el patio adyacente a la casa, no había nadie cerca de nosotros.

-Para que sepas qué tan lejos puedo ir… puedo hacerte sexo oral si quieres, sé que es muy muy rico… y ya que vamos hasta el final… bueno, ¿quieres?

-Si, quiero, pero no es necesario… o sea… -estaba muy nervioso, y se ponía a hablar tonteras.

Entonces sin aviso, actuando como nunca antes, tomé la iniciativa y me puse de rodillas. El no se movio, solamente dejó que yo desabrochara su pantalón y bajara su cierre. Torpemente, y llena de vergüenza saqué finalmente su pene al aire, totalmente erecto. Ya había visto muchos antes, pero en páginas porno, el de él no era grande, pero tampoco era pequeño… no sabría decirlo ahora, peso estimo que habrán sido unos 15 o 16 centimetros, no sé. Olía, pero no mal, y no mas fuerte que las vaginas. Era un olor que no me desagradaba, incluso me atraía un poco (con el tiempo me gustó más y más). Por un momento dudé y pensé que no me atrevería, pero me dejé llevar por el calor y besé la punta de su glande, a la vez que lo sujetaba con mi mano, retirando todo el prepucio. Ya se encontraba húmedo cuando lo besé, demostrando el estado de su excitación. Retire mi boca y un hilo de ese cálido liquido la unió con su glande, para luego desaparecer en el momento que decidí meterlo en mi boca, a la vez que él se retorcía de placer. Se sentía cálido y suave, me era muy estimulante estar chupándolo. Seguí así un buen rato, un par de minutos, metiéndolo mas adentro de vez en cuando, notando que esto le gustaba mucho.

-¿Estás… cerca? –le pregunté cuando paré porque me dolía la mandibula.

-No… aún no –me respondió, respirando entre cortadamente.

-Entonces házmelo… pero despacio, ¿ya?

-Si… ¿pero como lo hacemos, en el suelo?

Tenía un buen punto, el suelo no era el mejor lugar, no había pasto, las rodillas me dolían bastante ahora que me había parado. Asique buscamos un poco más hasta encontrar el límite del terreno, donde había una hilera de eucaliptus. No servían para sentarse, pero en uno que estaba inclinado me recosté de espalda, era bastante cómodo de todas formas.

El se puso sobre mí y me besó los labios mientras tocaba mis piernas, finalmente se había prendido y estaba actuando. Tocó mis pechos por sobre la polera escolar que tenía puesto. Todo se sentía muy rico, pero cuando llevó su mano hacia mi vagina finalmente tocó mi punto más sensible, haciendo que me quejara de placer. Y sin decirme nada, al poco rato fue el quien se agachó y comenzó a hacerme sexo oral. No me lo esperaba para nada, y aunque era torpe con su lengua y no se sentía tan rico como otras veces que me lo habían hecho, era excitante de todas formas.

Finalmente, sin que ninguno hablara, él desabrochó nuevamente sus pantalones y sacó su pene. Yo entonces me eché de espaldas y sujetando mi falda abri mis piernas, levantando una, para que pudiera meterlo más fácilmente, aunque no fue fácil.

-Por favor… despacio.

-Si… tranquila.

Y aunque lo hizo despacio ciertamente, no dejó de doler a medida que iba entrando. Deseperada de tanto dolor continuo y prolongado, finalmente le dije que solo lo metiera. El me pregunto si estaba segura, y algo enfadada por el dolor le dije que sí. Cuando entró completa y rápidamente me quejé muy fuerte del dolor, y le dije que no se moviera por un rato.

Después de unos minutos comenzó a moverse dentro de mí, y aunque en menor grado, aún me dolía, en contraste con él, que parecía cada vez mas extasiado. El se preocupó por mi, y por un momento quiso parar, pero le dije que siguiera.
Casi al final ya se empezaba a sentir menos tenso ahí abajo, pero el no aguantó más.

-¡Voy a acabar!… –dijo en un grito ahogado.

Y al segundo sacó su pene de mi vagina y comenzó a eyacular. No vi cuanto semen habrá salido, pero por como se oía en las hojas al caer al suelo, diría que no se había desahogado hace semanas.

Me encontraba adolorida ahí abajo y no había tenido ningun orgasmo, pero aún así me había gustado toda esa experiencia. Nos abrazamos por un rato sin hablar, hasta que me di cuenta que mis calzones no los había recogido.

Y no los encontré sino hasta el día siguiente, cuando el dueño de casa lo encontró junto al plato del perro, todo baboseado.

Todos se rieron obviamente e hicieron bromas al respecto, aunque nadie reclamó la prenda, obviamente.

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