Mi vecina

Mi vecina
Vivo en pueblecito de las afueras, cerca del centro pero no demasiado. Tengo numerosos vecinos y vecinas, cada uno con su forma de ser: los hay chismosos, vagos, demasiado mad**gadores, charlatanes, ariscos y hasta amables. La mayoría sobrepasan los 60 años. En verano, incluso hay algún que otro niño que se deja caer por la llegada del buen tiempo. Acostumbran a venir a visitar a sus abuelos o a sus amigos. La mayor parte del tiempo suelen estar jugueteando y haciendo ruido. No es la primera vez (y dudo mucho que sea la última) que me “toman prestada” algo de nocilla. En una de esas, un día que yo estaba muy cabreado, vino un niño nuevo y, acompañando su bocata de nocilla, se quería llevar también mi coca cola. Estaba a punto de echarle una pedazo bronca cuando, en estas, aparece su madre. Era una mujer madura, morena, alta y con una delantera alucinante. De esas que quitan el hipo.
-¡Nico! ¿Ya estás m*****ando otra vez? Deja en paz al señor
-No, que va, si él no estaba…
-Es un pesado. A veces siento que no tiene nada mío, que en todo ha salido al cabrón de su padre.

Al principio me quedé boquiabierto. Las mujeres no suelen hablarle mal de sus maridos a otros hombres.
-Permítame que le contradiga, señora. Pero esos ojos tan bonitos que tiene el niño creo que los ha heredado de usted -dije para romper el helador silencio que se había formado.
-Oh, gracias. Que amable. Por fin alguien que se da cuenta. Pero no me llame señora, sino Sara. Muy pronto, en menos de lo que canta un gallo, volveré a estar soltera- y sin más, me guiñó un ojo y se fue.
Volvió cada verano. La suya era la casa del fondo, la más cercana a la finca donde tengo mis vides. Cada vez que yo cultivaba o sulfataba o hacía cualquier cosa, podía divisar numerosas reformas, fiestas y mucho dinamismo. Al cabo de un año, entre ingenuas conversaciones, nos acabamos haciendo buenos vecinos. Me contó que por fin se había divorciado de su marido y que ahora estaba viviendo la vida que le había sido robada(y eso incluía tener un lujoso chalet con piscina). A veces creo que exageraba, pero me gustaba su compañía. Era una mujer bellísima, con un melodioso tono de voz, y a pesar de su edad, tenía un cuerpo de escándalo. Se notaba que visitaba frecuentemente el gimnasio.

Un día me dijo:
-Ay, Pedro. Esta semana voy a estar muy sola. Mi hijo se va de campamento de verano y mis amigos se fueron todos a la playa. Me aburriré como una ostra.
-Bueno, yo…. Ahora puedes hacer lo que más te gusta. Durante una semana, tienes la casa sola para ti.
-Pero es una casa demasiado grande…
-Bueno…
-Tengo una idea: ¿y si hacemos un trato? Yo cocino para ti todas las noches y tú me haces un poco de compañía al acabar el día.
-Tampoco quiero darte trabajo…
-Tonterías. Adoro cocinar, y si es para dos, mejor. -Y, entre risitas, simuló recoger algo del suelo. En ese momento, pude divisar su escote y…no pude rechazar la invitación.

Esa noche, después de trabajar duro en el campo, me duché y me dispuse a vestirme. Como no era oficialmente una cita, y como tampoco tenía mucha idea de moda, cogí una camisa más o menos elegante y unos vaqueros.
Cuando llegué a su casa, ella tenía un vestido negro, ceñido en la parte superior y suelto y al vuelo en la parte de abajo. Además, también llevaba unas sandalias de tacón. Estaba muy guapa.
-Buenas noches, Romeo.
Cuando logré reaccionar, quise abrir la boca para responder que ése no era mi nombre cuando, de repente, me dio un beso en la mejilla.
-Venga, vamos a cenar. He hecho ensaladilla.
Ciertamente, era una buena cocinera. Y una grata compañía. Logramos mantenernos despiertos hasta altas horas de la mad**gada gracias a una charla amena y suave. No obstante, cuando miré el reloj, comprendí que era demasiado tarde y que ya no podía quedarme más. Aún tenía que recortar las vides si quería tener buena cosecha el año siguiente.
-Oh, ¿ya te vas? ¿Tan pronto?
En verdad, se mostraba apenada. Pero no podía hacer nada: mañana, mejor dicho, hoy, tendría que levantarme temprano y trabajar duro.
Cuando me despidió, me dijo:
-Espera, quiero enseñarte algo.
Acto seguido, se levantó el vestido y me mostró la parte superior de su muslo derecho. Tenía el tatuaje de una liga. No obstante, yo no podía apartar mi vista de su entrepierna: toda rasurada y al descubierto…Me excitó sobremanera que hubiera permanecido todo ese tiempo sin ropa interior. Luché intensamente por controlar mis impulsos, tal y como me habían enseñado desde niño. Aún recuerdo el primer zapatillazo que me dio mi madre al verme todo “emocionado” y con la verga como el poste de la luz.
-¿Te gusta esto? -Me señaló un racimo de uva a modo de broche, en el tatuaje de la liga- Lo hice expresamente pensando en ti.
No podía parar de pensar en mi madre, y eso que ya llevaba años muerta y enterrada, y en el golpe que me daría si me quedaba un minuto más viendo las partes íntimas de esa mujer.
-Sara, yo… lo siento.Pero mañana tengo que mad**gar.
Le di, como pude, un beso de despedida, que poco más acaba en sus labios, y me marché corriendo.

Esa noche, no pude dormir. No dejaba de pensar en el chochito rasurado de Sara y en su tatuaje. Pensar en que había grabado con aguja algo propio de mi, algo que le quedaría para siempre…me daba fiebres y escalofríos al mismo tiempo. No paraba de dar vueltas en la cama. Tuve que hacerme varias pajas para conciliar el sueño, pensando en ella, susurrando y gritando su nombre, anhelando que fuera mía; y cuando lo logré, dormí largo y tendido hasta el mediodía. Ahora tocaría hacer el trabajo por la tarde, a la luz del sol.

Cuando ya apenas me quedaba nada, tuve que parar a descansar: hacía mucho calor y como no me detuviese enseguida, me daría una insolación. Me tumbé a la sombra y, cuando fui a coger una botella de agua bien fresquita, escuché la voz de Sara: estaba hablando por teléfono, y por el tono de voz, parecía que hablaba con su hijo. No pude evitar pensar en su tatuaje y en la velada de la noche anterior. En mi cara se dibujó una sonrisa: esa mujer lograba que quisiera hacer todo tipo de travesuras con ella, como si fuera de nuevo un adolescente de 14 o 15 años.
Volví la mirada hacia ella y cual fue mi sorpresa cuando la vi deshacerse de la parte de arriba del biquini, dejando a relucir sus hermosos pechos. Eran increíbles: apostaría mis huevos a que ni siquiera uno me cabría en la mano. Embobado, pude divisar el tatuaje de un pájaro en el borde de su teta derecha, entre la aureola y la axila. Esa mujer no dejaba de asombrarme. Acto seguido, suspiró, se quitó la poca ropa que tenía y se dio un chapuzón en su lujosa piscina. Para cuando volvió, estaba toda mojadita y se puso a tomar el sol. Yo no podía dejar de mirar ese espectacular cuerpo de diosa.
Empezó a hacer cosas raras que me pusieron mucho: se metió el dedo en la boca, luego bañó sus pezones con su saliva, empezó a manosear su vientre y su pecho…cuando presionó con sus deditos el clítoris, no pude evitar echar la mano a mi entrepierna. Empezó a gemir y a jadear como si no hubiera mañana, no dejaba de meterse los dedos ahí abajo…y yo cada vez me volvía más y más loco. No sabía que hacer con mis manos: mi sentido racional me decía que huyera ahora que estaba a tiempo, que ya había visto demasiado; mi polla me suplicaba clemencia, tenía que admirar tan bello espectáculo.

Estaba manoseando fuertemente mi miembro cuando Sara se volvió hacia donde yo estaba y dijo:
-¿A qué esperas? ¿Es que no vas a venir nunca?
Me quedé paralizado. No tenía ni idea de qué hacer hasta que…
-Pedro, ¿me estás oyendo? ¿No esperarás que me siga tocando sola, verdad?
Me subí como pude los calzoncillos y recorrí los escasos metros que nos separaban. Cuando la vi de cerca, se me cayeron de golpe y porrazo los pantalones. Parecía un ángel desnudo, un ángel hambriento de sexo.
-Oh, pero mira que tenemos aquí…
Se acercó a mí, con esa mirada de loba tan propia de ella, se arrodilló y empezó a lamerme la polla. Al principio sólo jugueteaba con la lengua, luego empezó a metérsela entera en la boca. Cada vez más y más. Cuando preveía una arcada, se la sacaba, me miraba y me sonreía. Esos ojos me ponían a cien.
Repitió el proceso varias veces. Adoraba esa sensación, adoraba el placer que Sara me proporcionaba. Luché por no perder el equilibrio: no quería que me creyera torpe o inexperto.
De repente, se levantó, poniéndose a mi altura, y empezó a besarme como una fiera. Me devoraba como si estuviera poseída por un hambre insaciable, sus movimientos eran rápidos y me costaba pillarle el truco. Cuando por fin lo lograba, ella se inventaba un juego nuevo.
Inconscientemente, a medida que nos besábamos, mis manos se desplazaron hasta sus nalgas, empecé a apretarlas, a jugar con ellas, a acariciarlas. Ella me dijo:
-He soñado con este momento mucho tiempo. Te hiciste de rogar.
No sabía qué responder a eso. Así que, simplemente sonreí.
-Quiero que me folles el culo.
Eso sí que no me lo esperaba. Pero me gustó la idea.
Comencé a darle azotes en las nalgas. Parecía que le gustaban. No paraba de sonreír y de gemir. Me llevó hasta la tumbona donde minutos atrás había estado tumbada, tocándose. Se puso a cuatro patas y me dijo:
-Enséñame que sabes hacer con esa lengua.
Ella se había acomodado, completamente abierta de piernas, y con el culo prácticamente en mi cara. Su ano era fácilmente accesible. Comencé lamiéndole la parte exterior. Le gustaba. Dios, parecía una perrita, toda contenta, a punto de salir a pasear. Empezó a mover la colita, con movimientos que incitaban a toda clase de pecados terrenales.
-Más, cómemelo más. Sé que puedes hacerlo mejor.
Me dispuse a devorar su culo, le escupí para facilitar la lubricación, le extendí la saliva con los dedos de la mano y le metí el corazón. Inicié varios movimientos: de entrada y salida y en círculos. Gemía, y con cada uno de sus gemidos mi polla se ponía más y más dura. Le metí otro dedo más. Empezó a gritar:
-oh, si, si, si. Joder, como me gusta. Como me gusta. Más, más. Quiero más.
No me pude reprimir, y le pregunté:
-¿Quieres tener mi polla ahí dentro? ¿Quieres que te la meta ya?
Me miró, y ese ángel volvió a sonreír.
-Sí, pero empieza suave. Quiero saborear cada instante.
Empecé a metérsela, muy lentamente como ella me había dicho. No pude ver su cara, pero sus gemidos eran una mezcla de dolor y placer.
-¿Quieres que me saque?
-Oh, no,no. Ni se te ocurra.
Acto seguido, empezó a moverse ella. Muy despacito. Dominaba perfectamente la situación. Como si hubiera sido entrenada para eso, como si fuera una diosa del sexo anal. Sus gemidos volvían a ser de placer y yo, impaciente, no me pude esperar. A ritmo de tortuga, fui metiendo y sacando mi polla. Enseguida el agujero cedió y pude aumentar la velocidad. Yo le agarraba por la cadera y ella me pedía más y más. Veía toda su espalda, morena por el sol y pensé, “por fin me ha tocado la lotería”. En esos momentos, me consideraba el hombre más feliz del mundo. Estuvimos así un rato hasta que ella se hartó y dijo:
-¿Cambiamos?
Se puso boca arriba, se abrió toda de piernas y me dijo:
-Soy toda tuya, cariño. Fóllame- y me guiñó un ojo, como el día en el que nos conocimos.
Penetré ese agujero muy lentamente. No quería perderme nada: la vista era asombrosa. En la postura en la que estaba, podía ver sus perfectos pezones apuntando hacia el cielo, su ombligo, su coñito rasurado, y la forma en la que mi miembro entraba y salía de su culo. Estaba preciosa: toda sudada, y sonriendo, y gimiendo como una loca…
-Tócame, Pedro. Tócame.- Cogió mi mano y la puso sobre su clítoris, haciendo movimientos circulares-. Así,así, hazlo así.
Ella gozaba como una perrita, pidiéndome, rogándome, que aumentara el ritmo, la fricción, la velocidad… que lo aumentara todo.
Empezó a pellizcarse los pezones, a tirar de ellos, a mover la cabeza de un lado para otro, sus caderas se movían frenéticamente… no tenía control alguno. Y de repente, se corrió toda. Introduje un dedo en su vagina: estaba toda mojada. Se cogía los pechos con las manos, y sonreía como si fuera el día más feliz de su vida. Empecé a follarle la vagina con mis dedos. Me proponía que ella alcanzara otro orgasmo antes de que yo me corriera en su ano.
Yo chorreaba como un cerdo, ella parecía una niña pequeña, una cabritilla salvaje a la que hay que domar….sonreía y sonreía sin parar, lo que ponía aún más y más…Justo antes de acabar, me dijo:
-Córrete aquí- y me señaló su pubis, justo por encima de donde yo tenía mis dedos- Sé que lo deseas desde ayer.
Inmediatamente, saqué mi polla a todo correr, y expulsé toda mi leche, que llegó hasta por debajo de su ombligo. Esto era, sin duda, mucho mejor que podar vides.
Me arrodillé, olí su coño, disfrutando de su aroma, y me tumbé sobre el suelo.
-¿Ya estás agotado, Pedro? Lo digo porque…aún quedan unos días hasta que mi hijo vuelva.
Y, entre risas, me besó como sólo lo puede hacer un ángel de pechos perfectos.

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