Amigos

Amigos
Lo cierto es que el paso del tiempo nos había sentado bien. Él seguía siendo una tentación deliciosa de casi 1’80, moreno y atractivo. Éramos amigos desde hacía muchos años. Manteníamos una amistad a distancia, sostenida con largas conversaciones por mail o whats. Los años no pasaban por él, aunque a mí me encantaba darle caña con su edad, pero sobre todo, yo había perdido las inhibiciones y sabía lo que me gustaba hacer y que me hicieran en la cama.
Con motivo de la edición de una feria en el sector en el que él trabajaba, vino a la ciudad. Yo le ofrecí uno de los sofás de piso compartido y, ya que viajaba solo, le pareció una buena idea.

Llevaba 4 años y pico con su novia y les iba todo bien (al menos eso me parece), y yo hacía casi un año que estaba con un chico estupendo. Lo cierto, es que cuando le ofrecí que se quedara en mi casa lo hice porque tenía ganas de ver qué tal se manejaba en la cama. Teníamos una cuenta pendiente y yo estaba dispuesta a tentarle desde que entrara por la puerta. Sólo sexo.
Llegó a mi casa después de la primera jornada de trabajo, con una pequeña maleta a última hora de la noche. Mi compañera de piso no estaba en casa y agradecí que tuviera que trabajar esa noche, ya que conocía a mi novio y sabía que no aprobaría mis intenciones. A él le dije que estaba cansada y que me iba a quedar en casa con mi invitado viendo una película.

Estaba excitada con su visita. La incertidumbre y el deseo estaban haciendo que me volviera loca. En cuanto abrí la puerta le desnudé con la mirada y lo notó. Yo vestía un camisón negro, corto y escotado. Mi pelo largo, cubría parte del escote y rápidamente me recogí el pelo. Quería que viera lo que había, lo que podía probar si quería.
Entró, soltó sus trastos y me pidió una toalla para darse una ducha. Aquello era demasiado para mí.

Imaginármelo desnudo, bajo el agua caliente, con esa deliciosa piel morena. Deseé entrar en la ducha y participar, pero me contuve. Preparé el sofá y esperé a que saliera del baño.
Él llevaba una camiseta gris y unos pantalones cortos. El pelo largo, aún húmedo, reposaba sobre sus hombros. El agua cayendo sobre su cuerpo desnudo era la única imagen que me venía a la cabeza en ese momento y no fui capaz de articular palabra. “Estás guapo”, fue todo lo que dije.

Cenamos rápido y justo cuando nos despedíamos para irnos a dormir, jugué mi baza.
– Sé que es tarde, pero sólo estás aquí una noche ¿te apetece venir a mi habitación a hablar y a escuchar música?
– Sólo si no pones música infame.

El primer paso estaba dado. Apagamos la luz del salón y nos dirigimos hacia mi dormitorio.

Según entró, se puso a rebuscar entre mis CDs. Escogió uno y empezó a sonar. “Once upon a time I couldn’t control myself”, decía la letra de aquella primera canción. A mí me estaba costando mucho controlarme. Él seguía rebuscando entre mis CDs y yo me tumbé en la cama. Pensaba en si se sentiría atraído por mí. Quizá él prefería que no pasara nada, aunque sé que para él también había una cuenta pendiente.

Cambió el disco. Mis queridos Queens. Yo estaba muy excitada y esa música era caliente y sexy. Me levanté y empecé a moverme con la música. Y llegó la canción más sexy de todas… “autopilot no control”

Me metí dentro de la canción y me dejé llevar. Mis caderas se movían suavemente, mis manos recorrían mi cuerpo de arriba abajo. Cerré los ojos e imaginé que eran sus manos las que me tocaban.
Alrededor de las caderas, levantando un poco el camisón, acariciando mis pechos y mi cuello. Acabó la canción.

De repente empezó a sonar otra vez. Extrañada, abrí los ojos. Él me estaba mirando fijamente con la mano puesta en la minicadena. Quería que siguiera bailando. Pero esta vez bailé para él.

Primero giré a su alrededor, mirándole de arriba abajo fijamente. Mis manos acariciaban sus brazos, su cuello, su pelo mojado. Me acerqué mucho y empecé a rozar mi cuerpo contra el suyo. Él podía escuchar mi respiración acelerada. Yo podía oír la suya. Le invité a que participara en el baile. Me di la vuelta y empecé a moverme, mientras cogía sus manos y las ponía en mi cintura. Se acercó suavemente, hasta que pude notar cómo acariciaba su polla dura con el vaivén de mis caderas. Bajó las manos y apretó mi cuerpo contra el suyo. Se acabó la canción. Y volvió a empezar a sonar. “autopilot no control”.
Le conduje hacia mi cama y le pedí que se sentara en el extremo. Delante de él, me quité el camisón muy poco a poco. Debajo llevaba unas braguitas negras de encaje. Él se quitó la camiseta y los pantalones. Estaba empalmado. Muy empalmado. Y yo estaba muy húmeda.

Me senté a horcajadas encima de él. Notaba su erección a través de las braguitas y creo que el notaba el calor que yo desprendía a través de sus calzoncillos. Empezó a jugar con mis pechos. Yo me moría de ganas de besarle, de sentir mi lengua con la suya, húmeda y caliente. Apartó la mirada de mis pechos y mirando mis labios dijo “te importa si te muerdo el labio?”. Mi respuesta fue humedecérmelos.
Sus labios se abalanzaron sobre mí y noté el mordisco que me había pedido. Empezamos a besarnos y a tocarnos el uno al otro. Aquello estaba poniéndose muy caliente. Y aún más duro.

Me tumbó sobre la cama y me quitó las braguitas. Se agachó y metió su cabeza entre mis piernas. Su lengua jugaba y se movía por todo mi sexo. Yo temblaba con cada lengüetazo, deseando que llegara el siguiente. Entonces se incorporó y, bajándose rápidamente los calzoncillos, me penetró con todas sus fuerzas. Gimió. Y yo me estremecí.

Empezó a moverse dentro de mí, con intensidad, con deseo. Mirándome fijamente a los ojos me dijo “Llevo 5 años queriendo follarte así”. Cómo me ponía sentir sus movimientos, su piel suave sobre la mía, el sudor de los dos… escuchar su respiración y sus gemidos. Ya no escuchábamos la canción.
Cambiamos de postura y me puse encima. Ahí la penetración era aún más profunda. Yo notaba su polla entrando y saliendo, latiendo. Notaba como iba subiendo su esperma. Empecé a moverme más deprisa. Mis pechos se movían bruscamente arriba y abajo y a él eso parecía gustarle.

Cuando noté que él estaba a punto de correrse, aumenté la intensidad y apreté fuerte. De repente se incorporó un poco, me agarró las caderas. Se estaba corriendo. Yo notaba cada empujón, cada chorro… y exploté. Con cada latigazo de mi orgasmo notaba aún más su polla dura. Grité de placer.
Nos miramos. “Llevaba 5 años queriendo follarte así”, le dije al oído. Seguimos dándonos placer hasta que se hizo de día. Le hice una mamada que duró casi 40 minutos. Era delicioso sentir su pene en mi boca. Mientras yo chupaba, el gemía. Y cómo se corrió. Me relamía y disfrutaba haciéndoselo. Y él a mí. Con su lengua y sus manos, consiguió que tuviera dos orgasmos seguidos.
Ese día, sólo había una norma: que nunca salga de esta habitación lo que ha pasado esta noche. Aún se sigue respetando.
Desayunamos y follamos una última vez en la ducha, con el agua cayendo sobre nuestros cuerpos. Después, cogió la maleta y se fue. Ahora, cada vez que hablamos, nos calentamos acordándonos de lo que pasó. De ese secreto. De ese sexo increíble y prohibido.

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