El desafío
Agudos y apasionados, aquellos gemidos se escuchaban con claridad e intensidad, aún en la calle donde estábamos. Y todos sabían de quien provenían, no había duda. Emanaban de aquella hermosa boquita. Venían de la protagonista del día.
Y hasta parecía burla, mientras nosotros aún seguíamos trabajando, recogiendo el equipo, aquellos muy campantes, ya le estaban dando vuelo a la diversión.
¡Carajo!, y pensar que yo fui quien la metió en esto.
La conocí en el CCH Vallejo, mientras yo daba un Taller de audiovisuales allí. Aún seguía en la Facultad pero ya chambeaba. Era una de mis alumnas más destacadas. Le interesaba la actuación, la danza y otras artes escénicas; incluso trabajaba de modelo de dibujo al desnudo, por lo que vi que era totalmente desinhibida, y eso me enganchó aún más.
Siendo una chica muy guapa, no puedo negar que me atrajo desde los primeros días. Luego, al enterarme de que era bastante promiscua y que incluso era bisexual, pues, obvio, quería culeármela.
Como, además de dar ese curso, yo también trabajaba en comerciales, y conocía a gente del medio, le ofrecí introducirla en aquel mundillo de la publicidad. Aunque al principio no me lo creyó.
No obstante, demostrándole que iba en serio, la llevé a una agencia de casting donde la incorporaron a sus carpetas de actrices.
No pasó mucho para que fuera llamada a castings de comerciales y así obtuvo sus primeros trabajos en el medio.
Incluso también fue modelo en revistas de moda.
La muy cabrona hasta viajó por el mundo gracias a eso.
Ganó buen dinero, y a mí ni me lo agradeció. Bueno, como yo esperaba.
¿Qué qué esperaba? Retribución, claro que no es que le cobrara pero… bueno, algo de cortesía de su parte; reciprocidad, caray. Algo de buen sexo, digo, era algo que no le costaría y me lo creía bien merecido. Ella ya tenía una prometedora carrera ante sí, y una muy buena, la verdad.
Y pues bueno, yo le había abierto el camino, así que ella bien podía abrirme sus piernas, ¿o no? Además aquello no le costaba trabajo.
Y lo digo pues la muy cabrona se las abría a cualquier actor que le pareciera atractivo; así, sin más. No se detenía ni porque tuviera novio en el CCH.
Incluso le puso los cuernos ante sus ojos. Y eso lo vi con los míos propios pues, en ese comercial, coincidimos; yo estaba trabajando como asistente de producción. Estábamos grabando y entre toma y toma el desgraciado actor se la cargaba de a caballito. Eran más que obvias las intenciones de cada cual. Eso, y las diferencias de edad, daban de qué hablar a los miembros del crew pero, aún así, la Jime, bien que se divertía, no le importaba que la tomara de los muslos y de las nalgas frente a todos, hasta que llegó su novio.
Pobre wey, es obvio que se dio cuenta del juego que había entre su noviecilla de prepa y aquel popular actor pero…
Yo creo que la Jime ya se lo quería quitar de encima, era evidente que la muy listilla sabía que ahora podía conseguir algo mejor, alguien que le sirviera para escalar más alto.
Fue así que, apenas terminamos de rodar la última escena, el grito de: ¡Corte a comer!; pareciera que hubiese sido: ¡Corte a coger!; por lo menos para los protagonistas.
Julio Gandía, el bien parecido actor de telenovela, junto a su compañera de trabajo y joven actriz, entraron tomados de la mano al hotel que estaba justo frente a la calle donde habíamos filmado. “Qué conveniente”, pensó más de uno (yo incluido).
No pasó mucho para que, desde una de las ventanas del primer piso, se alcanzaran a escuchar los gemidos de Jimena. Y es que ella, de por sí, era bien sexosa.
¡Carajo…! Estaba que hervía de rabia. El muy cabrón e hijo de puta actor se la estaba almorzando, ¿y yo…? Yo que le había abierto el camino, nada. Eso sí, un tipo, sólo por el hecho de ser guapillo y famoso, ya se la comía sin empacho.
Y es que… la mera verdad, no era justo. Eso pensaba mientras yo recogía cables y ella… sí, ella recibía “cable”. Jimena, la muy… sí la muy puta; porque sólo así podría calificarla. Ella sólo gemía demostrando, con plena claridad, que estaba siendo penetrada por el actor.
Maldito actor de mierda, pensé mientras los otros reían de aquello.
Pero, días más tarde, platiqué abiertamente con ella.
—…es justo, ¿o no? Yo sólo te pido eso. No es nada del otro mundo. Además te prometo que lo pasaremos bien.
La muy taimada no me contestó, permaneció en silencio, como pensativa, así que continué:
—Anda, total no es algo que no hagas con esos actores a quienes te has cogido.
Oír eso parece que le prendió.
—Ah, ¿así que te crees que yo me ando cogiendo a cualquiera, así como así? —me dijo, en un tono poco amistoso.
—Pues… —dije, mientras pensaba cómo darle vuelta al asunto.
—Mira, vamos a hacer esto. Te propongo un desafío y si lo cumples, pues… —Jimena dijo con voz más sosegada.
—A ver, a ver ¿cómo?—respondí, verdaderamente intrigado.
—Sí, mira, ¿conoces a la Chapis, la Lore, la Pao y la Chío?
—Sí, claro —respondí, recordando a aquellas que siempre andaban juntas.
—Pues es fácil. ¡Cógetelas! Te reto a que me demuestres que eres tan bueno en el sexo que logras que aquellas mamoncitas te abran las piernas.
“Ah cabrón”, pensé en aquel momento. “’Ora sí que me salió más cabrona que bonita”. ¿Y para qué quería que me las cogiera?
—A ver, ¿cómo?
—Sí. Va a ser un juego. Tú te las coges y…
Me pareció tan cachonda aquella propuesta que acepté, aunque aquellas eran de las más modositas de la escuela. Siempre bien portadas y cumplidas, niñas de casa podría decirse. No sabía cómo lograría convencerlas, sin embargo, me lancé en su busca aún trayendo las palabras de Jimena en la cabeza: “Enamóralas, hazlas creer, a cada una, que son la mujer de tu vida y date el gusto de un buen acostón”, aquello parecía un buen consejo, por lo menos eso creí.
Fue así que, cuando las vi sentadas juntas, en una de las jardineras de cemento del CCH, caminé hacia ellas. Decidí dirigirme a la más callada.
—Hola, disculpa, ¿Paola? —le dije.
Ella era notablemente más tímida que sus amigas, y no era muy bonita que digamos, así que creí sería más receptiva y la más fácil de abordar. Paola me miró.
Sus amigas interrumpieron de golpe su plática y se me quedaron viendo.
—Oye, necesito de tu ayuda, ¿puedes venir conmigo?
Cuando la alejé de sus amigas, logré convencerla de que tenía una duda en matemáticas y que aquello me avergonzaba pero, como ella era buena en el área, había pensado en pedirle ayuda. Ella aceptó.
—Te pago por la asesoría, dime cuanto y… —le dije mientras caminábamos con intención de distraerla.
Ella se sonrojó y nerviosa me contestó.
—Ah, no, cómo cree. Nada más dígame cuáles son sus dudas y veo si le puedo ayudar —me dijo.
—Pero tutéame que no nos llevamos tantos años.
Tan nerviosa que estaba que ni se percató que nos dirigíamos al fajardín, lugar aislado detrás de unos salones.
Allí, alejados de miradas indiscretas, nos quedamos mirándonos uno frente a otro.
—Bien, ¿cuál es tu duda? —me preguntó la muy ingenua.
—Mira te voy a enseñar mi duda —respondí y, después de cerciorarme que nadie estaba por ahí cerca, me bajé el zipper—. Ups, te dije que te iba a enseñar mi duda, perdón, quise decir mi dura, mi dura verga —le dije cuando ya la tenía toda de fuera.
Mi robusto falo de carne salía por la cremallera abierta del pantalón y pude notar que la mirada de Paola no lo perdía de vista. Había quedado atónita y con la boca abierta.
Miré hacia la ventana del salón donde sabía que Jimena nos estaría observando. Habíamos quedado en ello. Así ella atestiguaría el acto.
Al dar con ella, traté de demostrarle que mi pedazo de carne bien podría complacerla y me esforcé por hincharlo a voluntad. La cabeza se inflamó exponiendo que poseía vida.
Por la expresión de Paola, parecía que era la primera vez en su vida que contemplaba un apéndice como éste. De Jimena no alcancé a notar su reacción, sin embargo, lo que sí noté es que había sacado su celular y nos estaba grabando. Aquello me pareció de lo más morboso por lo que hizo que me encendiera más aún.
Aprovechando su momento de incredulidad, rápidamente me abracé a Paola. La besé no dejándola emitir negativa alguna.
Prácticamente sentí que se derretía en mis brazos y me sentí con la situación dominada.
Paola, que si bien no parecía muy bonita de rostro, sí que tenía unas amplias nalgas que se antojaban para aferrarse de ellas, y no me conformé con sólo pensarlo. Luego de amasárselas la giré y comencé a bajarle los chones.
—Oye, ¿qué haces? —me preguntó la muy inocente.
—Tú sólo ponte flojita y cooperando —le dije, mientras ya ensalivaba uno de mis dedos y así, con él, comencé a lubricarle la pucha a la tímida muchacha.
Pese a que era notorio que aquello le gustaba, y que incluso estaba hasta por perder el equilibrio por la gustosa sensación recibida, Pao trató de frenarlo al subirse de nuevo los calzones. Yo, sin embargo, no desistí.
La volví a conquistar mediante besos que ella no tomó a mal, probablemente haciéndose una ilusión romántica, no sé. Lo cierto es que, gracias a eso, de nuevo fui abriéndome camino.
Poco después logré que se recostara en pleno pasto y así, ya sin calzones, se me abriera de piernas lista para recibir lengua. Fue así como la lubriqué para lo que vendría.
Se la dejé ir hasta el fondo. La chica emitió un grito agudo y fuerte, pero a pesar de su pesar ya no emitió negativa alguna. Incluso puedo jurar que alzó más su parte púbica como con intención de brindarme por completo su sexo.
“¡Puta!”, en ese momento pensé. “Qué rico desvirgue”. Pues, sin yo preguntárselo, creí que en verdad lo era, o lo había sido hasta ese momento, ya que estaba bien estrechita.
Mientras Paola emitía sollozos de satisfacción sincera, traté de encontrarme de nuevo con la mirada de Jimena como para enfatizarle que eso mismo podía ella disfrutar. Sin embargo no la vi.
Como lo único que me quedaba era la Pao, a ella me dirigí, hablándole al oído.
—Te hacía falta, ¿eh, golosa? Pero no te preocupes que ahorita te lo doy —y la penetré lo más rápido y fuerte que pude.
Los chasquidos al chocar nuestras carnes eran muy morbosos y sonoros. Le perdí el miedo a que alguien nos descubriera y me afiancé de sus tremendas caderas con fuerza, mientras horadaba cada vez más rápido aquel antes virginal agujero.
La pinche Paola se retorció como tlaconete en sal, lo juro. Cuando nos volvimos a tirar en el pasto ella ya se mató solita. Se dio gusto con duros y frecuentes sentones.
Luego la coloqué de espaldas al robusto tronco de un árbol inclinado. La sujeté de las corvas y la penetré furiosamente. Mientras tanto,
Paola sudaba profusamente y, al tener a su atacador frente a ella, me confesó su sentir.
—Aaaah, me gusta. ¡Ay!
—¿Estás a punto de…? —le cuestioné, aún sabiendo la respuesta.
—¡Aaaaayyy! —gritó evidenciando más lo obvio.
Puedo confesar que en ese momento me sentí feliz. Me sentí feliz de haberle provocado un orgasmo a la modosita chica. Nadie, hasta ese momento, le había ofrecido tal placer; está mal que yo lo diga pero lo considero cierto. Y en parte lo entiendo, no es muy bonita que digamos, pero la verdad es que es buena persona; es simpática la chica.
Confiando en que no había tenido contacto sexual antes, es que se la había metido sin látex de por medio, así que, al poco rato, Paola ya estaba tendida en el pasto, con sus pantaletas a un lado y escurriéndole mis líquidos seminales de su desflorada vagina.
Antes de poder retirarme ella me cuestionó:
—¿Cuándo nos volvemos a ver?
Le respondí de cualquier forma alimentándole su necesidad de afecto y pidiéndole que no se lo contara a sus amigas. Aunque, por su timidez, no creí que lo hiciera de cualquier manera.
—Bueno. Todavía te faltan tres y esta vez quiero que tú mismo las grabes y luego me pases los videos —me dijo Jimena más tarde, después de haber visto lo grabado por ella.
Fue así que al día siguiente me presenté en casa de Carla, quien era conocida por el mote de “la Chapis”, por su complexión de tipo petite. De facciones más bellas que las de Pao, no estaba nada mal.
Le dije que el día anterior me había dirigido a Paola sólo para averiguar dónde vivía ella. Me dejó pasar a su casa, sin mucho problema pese a estar sola. Creo que yo le gustaba. Sus papás andaban trabajando y sus hermanitos habían ido a la casa de junto con unos amigos.
Tras persuadirla de que mi único interés en Paola había sido ella misma, en minutos, ya estaba sobre la Chapis en el sillón de la pequeña sala.
Como me vi libre de actuar a mi antojo, le pedí que me llevara a su recámara.
Ya ahí no hubo problema en sacarle sus pantalones y en meterme entre sus piernas para hacerle un fino trabajo lingual. Aunque antes, previsoramente, coloqué mi mochila en el tocador, pues en ésta había preparado mi celular para que nos grabara, sin que ella lo notara.
La chamaca me devolvió el favor al chupármela de tan buena manera que me di cuenta que no era una total novata en esas artes.
De repente se levantó y fue al tocador donde había dejado mi mochila. Temí que se diera cuenta del celular que nos grababa, pero no.
Es que había ido a por un condón que sacó de uno de los cajones.
“Vaya chica más preparada”, pensé.
Mientras ella volvía a mamármelo, a la vez que yo sacaba el preservativo de su empaque, recapacité: “¿Cómo es que nunca antes me había cogido a una alumna?”
Tras envolverme el pene en látex procedí a ensamblar nuestros cuerpos. Ella se abrazó de mí utilizando ambas piernas como pinzas que se cruzaron tras mi espalda. El movimiento principal venía de ella. Como una amante consumada, la Chapis me demostró que sabía moverse con cachondería y mocedad a la vez.
Por su complexión, yo podía maniobrarla con facilidad y así la convertí en mi montadora. Fue así como, gracias a mi celular, guardé esas hermosas nalgas suyas para la posteridad.
Ella sí que hacía rechinar los resortes del colchón.
La cabrona sí que sabía moverse. Lo hacía delicioso y besaba con entrega. Con sus manos apoyadas hacia atrás me entregó de lleno su pubis. De ella salieron todas las posiciones que hicimos.
“¿De dónde salía tanta experiencia?”, me pregunté, al mismo tiempo que palpaba su tierna edad.
Le retiré la camiseta, pero cuando procedía a hacer lo mismo con el brasier me vi interrumpido.
La grabación no había sido perfecta, cuando se la mostré a Jimena ella me reclamó por ello, pero le expliqué que al haber ocultado el cel en la mochila no tenía posibilidad de ver que sí y que no saldría en la grabación, pues no veía la pantalla, obvio. Y sí, la calidad de grabación de mi teléfono también dejaba a desear, pero era lo que había.
—Está bien —dijo Jime—. ¿Y por qué dices que ya no le siguieron?
—Pues le tuvimos que parar porque regresaron sus hermanitos. Aunque, afortunadamente no contaban con llave así que tocaron el timbre, lo que nos dio chance de vestirnos.
Jime rió.
—La próxima yo te ayudo. Es decir, yo grabo mientras tú te la tiras. Ya sólo te faltan dos.
—Y no me puedes dar un adelanto —le dije, acercándome.
—No, ni se te ocurra —y me plantó una mano en el pecho para que me alejara—. Todo esto va a ser tuyo, pero cuando acabes.
Jimena se sopesó sus bien formadas tetas y a mí se me hizo agua la boca. “Eso sí que era una mujer”, pensé para mis adentros. A ella sí que la quería por horas y horas aullando de placer, y en varias posiciones; no sólo me conformaría con mojar la brocha.
Al día siguiente le llegó el turno a Lorena, la menos recatada de las cuatro amigas. Y lo digo pues usaba muy cortas minifaldas y era evidente que no era ninguna ingenua en las cosas del amor. De hecho ella mostró más iniciativa; aún más que la Chapis.
Fue idea de la Lore ir a los baños y en uno de los cubículos ahí ponernos a coger. Ella, incluso, se desnudó por completo pese a saber que cualquiera podría descubrirnos allí mismo. Sin mucho problema, alguien podría asomarse por arriba de la no muy alta mampara, cosa que justamente hizo Jime para grabarnos. La Lore ni cuenta se dio.
Nos besamos con calentura mientras ya la penetraba. Parecíamos una pareja de novios bien prendidos, como si el apetito nos consumiera.
Gocé de una buena e intensa montada por parte de ella. Cabrona flaquita, pese a tener poca chiche y nalga, sí que sabía moverse y darle justo gusto al cuerpo.
Nunca antes me había llamado la atención, la verdad, ya que no estaba demasiado buena o bonita. Pero en ese momento me hacía poner los ojos en blanco con sus movimientos. Ahora que había descubierto las habilidades de aquella alumna, no las desaprovecharía.
Cuando miré hacia arriba, para ver a la Jime; con cuidado de que la Lore no se diera cuenta; la vi más que satisfecha. Me sonrió complacida y se retiró.
Para la última de las cuatro chicas, conocida como la Chío, tuve que representar el papel de loco y perdido enamorado. Con ella fue verdaderamente difícil ya que sus padres la cuidaban muchísimo; hasta iban por ella a la escuela. Estaba súper mimada.
Así que tardé más en ganarme su confianza, e incluso la de sus padres. Aún ya interesada, me llevó más de tres semanas convencerla de coger. Como era la única hija estaba muy consentida. Pero al final, así como me abrí paso en su confianza, lo hice también entre sus pliegues vaginales que ya lamía en su propio cuarto. Lo que sí, me exigió que usara preservativo, ni hablar.
Jimena acudió a la casa de Chío el día que me propuse desvirgarla; quería atestiguar por sí misma y hacer la grabación del evento. Se posicionó en uno de los corredores de la unidad habitacional donde Chío vivía y, por una ventana de la habitación, metió su celular, para así grabar lo que ocurría en el cuarto de la chica.
La escena era especialmente cachonda: una chica virginal como Chío, entregándoseme a mí, que ya le llevaba algunos años de experiencia. Y no es que fuera experto pero me sentía orgulloso de haber logrado, no sólo desnudarla casi por completo siendo ella tan niña, sino que justo en aquel momento le lamía y lamía la estrecha e indemne vagina.
Chío sólo había conservado la parte superior de su ropa y así se me entregó. Cuando por fin la penetré, rompiendo su inocencia y su himen para siempre, sabía muy bien que Chío ya no volvería a ser la misma chica que aún dormía con ositos de peluche. De hecho, le tiré la mayor parte de ellos de su cama para hacerme espacio, y así no nos estorbaran en nuestra faena sexual.
Y vaya faena que gocé con la antes recatada niña pues, por primera vez en su vida, Chío supo lo que eran las posiciones sexuales.
Supo que al colocarse sobre sus cuatro extremidades, y ofrendarme así su trasero, se trataba de la posición comúnmente llamada de perrito, o doggy style como ella le gustó decirle desde ese momento. También supo a qué le llamaban cabalgar una reata cuando ella misma me montó como una verdadera jinete o, mejor dicho, vaquerita, pues indudablemente eso parecía, una experta vaquerita montando una terrible e indómita bestia. Y lo aprendió tan bien que igualmente lo hizo al estilo inverso, con buenos movimientos de su parte, debo decir. Me ofrendó así su delicioso trasero y me sentí como un venturoso truhán.
Jimena, desde el corredor, pudo atestiguar el cambio radical en su compañera de colegio. A partir de ese momento ya no sería más la inocente chiquilla que destacaba en la escuela por su buen comportamiento y excelentes notas.
Nadie se imaginaría el verla así, gimiendo y gimiendo sin parar, víctima de los empujones que yo mismo le daba al meterle mi verga con el mayor brío, como si quisiera partirla en dos.
Chío cambiaba frecuentemente de posición, como si quisiera probar todas las posibles: Abría sus piernas al máximo para dejar entrar al invasor, las cerraba para capturarlo en su intimidad. Se dejaba caer boca abajo regalando así ese delicioso culito a mi insaciable boca que no hallaba freno. Se sentaba sobre mi regazo para que así, frente a frente, nos pudiéramos besar. Y todo eso estaba siendo grabado por Jimena, ¡wow! ¡¡¡La sensación erótica era maravillosa!!!
No podía estar más satisfecho.
No obstante, al final; previamente de que aquella, antes virginal chiquilla, llegara al culmen de su propio record de orgasmos; expulsó, inevitablemente, un gas intestinal como sonora trompetilla. A Jime casi la delata la risa al ser testigo de aquello que, para su fortuna, lo tenía guardado gracias a la cámara de su celular.
“La chica del cuadro de honor echándose un p**o en pleno agasajo sexual, esto sí que está bueno” pensé, deseando ya ver la grabación.
Sostuve con fuerza su estrecha cintura, quien no dejaba de emitir gemidos y sollozos de placer. No dejé de empalarla con contundencia desde atrás, incluso no me detuvo aquel oloroso gas que con total insolencia se disparó hacia mí desde aquel menudo cuerpo. Ella tampoco dejó de gemir por ello. Parecía como si entre todo ese disfrute no tuviera plena consciencia de sí misma.
—¿Se te escapó? —le pregunté en su momento.
—¿Qué…? ¿Qué cosa? —me respondió, casi fuera de sí.
—Pues qué va a ser, ese p**o.
Los dos nos soltamos a reír entre aullidos de pasión expulsados por ella.
Al parecer, Jimena se dio por satisfecha y se fue, pues ya no la vi cuando acabamos.
A la siguiente semana, cuando acudí a dar clases en el CCH, esperando con ansias, claro, toparme con la Jime para exigir mi bien ganada recompensa, me llevé tremenda sorpresa.
Resultaba que para ese momento ya, prácticamente, toda la escuela compartía los videos de mis encuentros sexuales con aquellas cuatro chicas. Aquellas grabaciones pasaban de celular a celular y eran la comidilla de todo el colegio.
Fui inmediatamente responsabilizado, no sólo de la difusión de aquel material, sino que de haber abusado de las alumnas.
Aquello fue nefasto. Chío, Pao, Lorena y la Chapis enfocaron toda su furia hacia mí, pese a que las había hecho felices. Y pese a que les abrí los ojos a las dos primeras, caray.
Me echaron en cara haberles engañado al hacerles creer que eran el amor de mi vida, y eso sí no lo podía refutar.
Entre todas me injuriaron con total saña y me denunciaron con las autoridades del plantel y de gobierno. Las consecuencias fueron funestas.
Ya no volví a ver a la Jime, pero como si ella misma me hablara escuché su voz en mi mente:
“Eso te pasa por pensar con la cabeza equivocada”
FIN