Mi castigo y mi regalo
Se lo había pedido muchas veces pero él casi siempre se negaba. Decía que ese tipo de encuentros eran solo para días especiales.
El jueves pasado, se lo rogué una vez más en el correo. Me había mojado de excitación mientras lo escribía.
– Querido Mr T. Le escribo este correo para pedirle que tenga a bien venir mañana a mi casa para darme mi castigo. Le confieso avergonzada que he pensado cosas que una señorita como yo no debería ni imaginar y me he masturbado desobedeciendo sus órdenes. Le prometo que esta semana no me he tocado en espera de una próxima cita con usted. Estoy preparada y lista para complacerlo en lo que desee. Suya siempre Alice.
Esperé su correo pegada a la pantalla, nerviosa, excitada. De forma casi inconsciente me apretaba las tetas evitando bajar la mano hasta el sexo que se humedecía en la espera. No me atreví a masturbarme por si él lo notaba. Nunca supe cómo, pero siempre adivinaba si me había tocado. Me miraba fijamente a los ojos y sonreía. -Hoy ya te has tocado, vístete. Vámonos al cine. Y ese día me quedaba castigada sin sexo.
Media hora después entro un escueto correo en la bandeja -” Mañana a las siete y media tendrás tu castigo. Sr. T”
Al leerlo casi desfallezco de ansia, me llevé instintivamente las manos a la entrepierna, pero paré en seco sin apenas tocarme. He de contenerme porque si no él lo notará y no me pondrá un solo dedo encima.
En mi cabeza se agolpaban imágenes en las que mi amante me penetraba por detrás mientras me tocaba las tetas y el bajo vientre. Me imaginaba como serían sus envestidas y seguro que también me azotaría en el culo, ooh, adoraba el olor del cuero y adoraba aún más el escozor que me dejaba a cada golpe y que después el me tocara dejándome al borde del clímax haciendo que los minutos pareciesen horas.
El siempre llagaba puntual, ni un minuto más ni uno menos. Yo le esperaba impaciente con las contraventanas entornadas y dejando que la luz del atardecer iluminara tenuemente la estancia. Oí la llave en la puerta y sus pasos acercándose a la habitación del fondo.
Sin mediar palabra me acarició el pelo desde detrás del sofá, después dio lentamente la vuelta y se paró ante mí manteniendo el silencio. Con su pie me abrió suavemente las piernas y me miró fijamente. Siempre me resultaba difícil aguantarle la mirada y bale los ojos hasta el maletín que tenía en la mano. Lo dejó sobre la mesita y se acercó indicándome que me levantara. –Súbete la falda.
Me estaba poniendo colorada, dios! no soportaba cuando me sucedía eso, porque él enseguida sabía que estaba deseándolo. Acercó su boca dejando que sintiera su aliento en mis labios pero sin apenas tocarlos. Cabrón! jugaba conmigo sabía que estaba a punto de desmayarme de deseo. -Veo que estas excitada! Eso me complace. Temblaba, con la falda levantada y su pantalón rozándome la entrepierna. Posó una mano sobre mi cadera y comenzó a juguetear con la goma de la braguita. Notaba el pulso acelerándose en mi sien pero permanecía quieta sin moverme, saboreando ese momento en el que sabía que me estaba entregando a él sin poner límites, abandonándome completamente a su voluntad.
Empezó a tocarme suavemente a través de la tela, mientras con la mano izquierda jugaba con mis labios que cada vez estaban más ardientes de deseo. Hizo que me quitara la falda y me bajó lentamente las bragas. Con un firme giro de mano, me apoyó sobre el reposabrazos del sofá dejándome completamente expuesta. Me agarró fuerte y deslizó su dedo humedecido por mi culo para lubricarlo. Noté su cálida saliva humedeciéndolo, mientras, el dedo buscaba entrar presionando delicadamente. No podía aguantar más y le susurré al oído; lo quiero dentro! Lo quiero todo dentro! Esta vez mi amante me complació y me introdujo el dedo todo lo que pudo, metiéndolo y sacándolo lentamente. Yo quería más, lo quería más rápido, más violento, quería su sexo dentro de mi culo. El Sr. A. me hizo acariciarle su pene, lo note en mis manos, palpitante y caliente. Movió mis manos arriba y abajo dirigiendo el ritmo y haciéndome que se lo apretara bien fuerte. Sabía que eso lo ponía a cien.
Me puso de espaldas y agarrándome por el cuello me obligó a bajar la cabeza hasta tocar con la cara el cojín del sofá. El reposabrazos me ahuecaba el vientre obligándome a mantener el culo en pompa. Se apartó y lo oí abriendo la cremallera del maletín, sentí como se acercaba mirándome. Se paró a medio metro de mi. Noté como el pequeño látigo de doce puntas cortaba el aire y aguanté la respiración tensando los músculos porque sabía que me iba a doler. Un instante después noté el primer latigazo y el escozor del cuero arañándome la piel. El restallar se repitió una y otra vez y empecé a susurrar apretando los dientes, gracias mi amo, gracias mi amo. De vez en cuando el látigo mordía mi sexo regalándome una corriente que me hacía enloquecer de gusto. En ese momento mi sexo ya era una fuente y notaba los muslos y mis nalgas calientes como si me hubiese sentado sobre una estufa. A comenzó a masturbarme y me la metió lentamente por detrás. Empezó a penetrarme cada vez con más violencia, jadeando y diciéndome cerdadas al oído. Notaba como mi culo bien lubricado ofrecía cada vez menos resistencia a sus envestidas mientras me agarraba el pelo hacia atrás como si fuese la brida de un caballo. El pequeño dolor que sentí cuando me penetró había desaparecido por completo dejando camino a un placer inmenso. Notaba como sus dedos que revolvían en mi coño casi podían tocar el pene a través de la piel. Eso me estaba enloqueciendo. Me estaba enloqueciendo de veras, me estaba llevando a un nivel de excitación cercano a la locura. Me sentía completamente empalada. Así! así! más! maás! Joder, que placer amor mío!. Por todo el cuerpo notaba un temblor que no podía controlar y me fallaban las piernas, pero él me obligaba a mantener la posición, con el culo bien alto.
El ritmo era frenético, podía sentir como se estaba ocupando exclusivamente de su propio placer, sin importarle si me hacía daño o no.
Me envestía una y otra vez arrancándome gritos y gemidos. Llegué a ladrar de gusto como una perra en celo. De repente me oí a mi misma como si fuera otra persona, como si estuviera viendo la escena desde fuera y al notarme en ese estado por poco me corro de golpe. Así! así! así! dios! dios! más! maás! más por favor! Notaba como el orgasmo se formaba en un lugar indeterminado del vientre y como subía recorriéndome toda la espalda hasta explotar en el cerebro. Sentía perfectamente el pulso en las venas del esfínter y comencé a apretarme contra su polla en un intento desesperado por sentirla aún más adentro, hasta romperme las entrañas. Sus gemidos me dieron a entender que él también estaba a punto de correrse y eso me excitó aún más, provocándome un orgasmo como hacía tiempo que no sentía. A seguía bombeando y bombeando con su polla bien adentro de mí. Bombeando y jadeando de gusto. Oí como se corría violentamente, clavándomela hasta el fondo con varios golpes secos. Note como su leche me quemaba por dentro y luego me chorreaba mezclado con mi propio jugo entre las piernas. Grité de placer como no lo había hecho nunca, grité mientras me corría una y otra vez con su polla clavada en el culo. Mientras me rozaba el clítoris contra el sofá tuve un orgasmo más. Denso, intenso, haciéndome jadear hasta la sobre oxigenación. No podía más, dios! no podía más! Tenía el culo dolorido, las nalgas doloridas, el sexo totalmente abierto me escocía, pero me notaba completamente relajada, satisfecha, feliz.
Entonces él se retiró de mí, suavemente. Al sacar el pene se escapó un aire y ambos nos reímos. Me hizo levantarme y ponerme por primera vez frente a él y cogiéndome la cara con ambas manos me dio un profundo beso de agradecimiento. -Has sido mala, te has portado bien. Por fin había tenido mi castigo, mi regalo.
Joder! Vaya si lo habían tenido!