Una segunda vez en el taller

Una segunda vez en el taller
Habían pasado unos pocos días desde que mi antiguo amigo Andrés, el mecánico del barrio, había sodomizado a mi esposa en nuestra propia cama matrimonial.

Anita me dijo que todavía le ardía y le dolía bastante su delicado culo por tanto maltrato; pero a y redondeada cola, pero además me confesó que lo había disfrutado muchísimo y no podía esperar a volver a experimentar esa sensación otra vez.

El sábado siguiente yo estaba libre y pasé a buscarla por el gimnasio donde ella entrenaba. Volvimos a casa caminando y sin darnos cuenta, pasamos frente al taller de Andrés, quien nos reconoció a lo lejos y nos llamó sonriendo con cara de satisfacción.

A mí apenas me saludó con un gesto de cabeza, mientras abrazaba a Ana, le palpaba el culo con ambas manos y le comía la boca en un beso interminable.

Ella no se resistió demasiado y se dejó llevar.

Andrés nos condujo hasta el fondo del local, que a esa hora ya estaba vacío, empujando a Anita contra el capot de uno de los automóviles en reparación.

Ella pareció un poco sorprendida, pero enseguida pude notar una expresión de deseo y calentura en su mirada.
Andrés no dijo nada más, se acercó a mi esposa y le sostuvo la cabeza hacia abajo aferrándola del cuello, mientras con la otra mano libre le deslizaba las calzas de gimnasia hasta las rodillas.

Se quedó con la boca abierta mientras observaba la diminuta tanga blanca de Anita enterrada entre sus redondos y firmes glúteos.
Al instante comenzó a pegarle fuertes palmadas sobre esa perfecta cola, mientras ella dejaba escapar gemidos y quejidos de dolor…
Mientras sucedía esto, yo me había ubicado a un costado de ellos, tocándome la verga ya endurecida por la visión de mi esposa siendo humillada y sometida por aquel tipo tan bruto.

Cuando se cansó de darle cachetadas a la cola, Andrés tomó una de las tiras de la tanga y la desgarró, arrancándola en jirones del cuerpo de Anita. Antes de guardárselos como un recuerdo en un bolsillo, olfateó la esencia y el sudor de mi esposa en ellos.

Le separó las piernas con uno de sus pies y hundió un par de sus enormes dedos en la humedecida concha de mi delicada mujercita, que lanzó un grito de sorpresa y no tanto de dolor, ya que parecía estar bastante lubricada con sus propios fluidos.

El muy turro notó ese detalle, porque me miró sonriente, diciendo;

“Parece que esta putita estaba esperando que la cogiera otra vez”
“Vos podrías pedirme que me la coja, dale, no la hagas esperar…”

Miré a Anita, apoyada sobre el capot con su culo al aire, ya sin ofrecer resistencia, totalmente entregada a los deseos de ese bruto.
Ella me pidió con una mirada suplicante que yo accediera; podía notar en sus ojos el deseo incontenible que tenía de ser otra vez humillada y bien cogida con brutalidad y sin misericordia…

Le pedí entonces a ese hijo de puta si podía cogérsela…

El mecánico se desprendió sus pantalones y otra vez vi asomarse la enorme verga con la cual había sodomizado a mi mujer; ya la tenía rígida y lista para darle otra cogida memorable.

El hijo de puta me miraba sonriendo burlonamente, mientras apoyaba una pesada mano sobre la espalda de mi esposa para inmovilizarla y le restregaba el glande por esa profunda raja.

Anita presintió que iba a sodomizarla sin preliminares ni lubricación; así que giró su cabeza y le pidió que no lo hiciera, porque todavía le dolía mucho desde la primera vez.
A cambio, ella le ofrecía darle todo el placer de su delicada concha, ya brillante, bien humedecida y lubricada debido a tanta excitación.

Andrés lanzó una sonora carcajada, mientras le daba a Anita un par de tremendas cachetadas con su enorme mano abierta, diciéndole que iba a romperle el culo cuando se le antojara, sin importarle el dolor que pudiera causarle.
Mi esposa volvió a suplicarle que no lo hiciera, insistiendo en ofrecerle sus abiertos y suaves labios vaginales a cambio.

El muy bruto seguía riéndose, cuando de repente tomó a Anita por las caderas y de una sola embestida la penetró con su dura verga hasta el fondo de su dilatada y humedecida concha, arrancándole un aullido de dolor ante tan brutal intrusión.

Enseguida se retiró completamente, dejándome ver esa enorme pija lubricada por los fluidos de mi esposa, para luego iniciar un perverso juego de mete y saca, provocando cada vez que entraba, alaridos incontrolables de dolor por parte de Ana.

Comenzó a darle un ritmo increíble a la tremenda cogida que estaba disfrutando, sonriendo cada vez que ella suplicaba piedad, quejándose de dolor.

Pude notar que Ana no lo estaba disfrutando esta vez, solamente la oía gemir entrecortadamente y parecía sufrir en lugar de gozar.

La tortura a la que estaba siendo sometida duró un buen rato todavía; hasta que por fin Andrés llevó su cabeza hacia atrás y aulló como un perro, dando a entender que estaba empezando a gozar de un placentero orgasmo.

De repente tuvo una serie de extrañas convulsiones, demostrando que estaba vaciando toda su carga de semen en el fondo de la concha de mi esposa. Ella seguía muy callada.

El turro finalmente acabó su goce, besando la nuca de mi mujer, susurrándole al oído que era una putita increíble, “su” putita a partir de ese momento. Agregó que iba a cogerla o romperle el culo cada vez que a él se le antojara y le advirtió que ella siempre estaría disponible para recibir su enorme verga en cualquiera de sus orificios…

Luego se retiró muy despacio, como si intentara prolongar su goce, hasta que pude ver su enorme pija todavía bastante rígida.

No me quedaban dudas, el tipo era una máquina de coger; que podía estar al palo durante horas y horas. Era incansable…

Le dijo a Anita que todavía no estaba satisfecho y que le iba a dar por el culo como la primera vez; hasta que se le terminara la leche, el estado de erección y la calentura.
El llanto y las súplicas de mi esposa parecieron tener efecto, ya que no insistió por el momento y dijo entonces que pasaría por nuestra casa en los próximos días para obtener lo que quería.

Me miró riéndose, diciendo que yo era un tremendo cornudo y que me encantaba ver cómo a mi esposa la cogían sin piedad…

Me acerqué a Ana, que todavía seguía apoyada sobre el capot. Le acaricié la cola y muy despacio le separé los redondeados y suaves glúteos. Sus labios vaginales se veían inflamados y enrojecidos, totalmente dilatados y dejando salir el semen de ese bruto, deslizándose por sus muslos hasta manchar sus calzas.

Cuando mis dedos acariciaron delicadamente su clítoris, Anita me detuvo con un quejido, diciendo que le dolía mucho. La ayudé a vestirse así como estaba; ya que Andrés no le permitió limpiarse los restos de semen que él le había dejado dentro de su vagina.

Nos despidió fríamente, advirtiéndome que mi esposa debería estar siempre lista a su disposición y que comenzaría a compartirla con sus amigos cuando quisiera. Lo insulté y él volvió a reírse a carcajadas, diciéndome que yo no podría hacer nada con esa fiebre que sentía mi esposa cada vez que esa verga la tocaba…

Despacio nos dirigimos a casa. Ana caminaba con alguna dificultad y me dijo que le ardía y dolía demasiado. Al llegar la ayudé a desvestirse y a bañarse, cuando entonces se largó a llorar y me pidió perdón, diciendo que había disfrutado como una perra de esa tremenda cogida que le habían dado a pesar del dolor.

Agregó que realmente Andrés la había convertido en su puta; ya que no podía dejar de pensar en esa verga enorme que la cogía tan bien y en el maltrato humillante que le daba durante esas salvajes sesiones de sexo.

La dejé un rato sola en la bañera para que se relajara y me fui a nuestra habitación, donde me hice una terrible paja mientras recordaba la escena de mi mujer bajo las embestidas de ese turro y pensaba que esta situación parecía estar yéndose de nuestras manos de manera irremediable…

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