mi feminizacion
De cómo en mi pubertad un tío se agarró terrible calentura conmigo y al saciarla despertó la mujer que dormía en mí, acompañándome en todo mi proceso de transformación desde el dulce y tímido varoncito que era por ese entonces a la exuberante, sensual y desenvuelta mujer que soy hoy.
Los hechos que voy a relatar ocurrieron cuando yo tenía alrededor de doce o trece años y fueron el resultado de la calentura que un tío se agarró conmigo. Ahora, a mis veinticinco años, hecha toda una mujer, puedo relatar cómo fueron los inicios del camino que me condujo a mi situación actual.
Bueno, el hecho es que yo a esa edad, como muchos chicos, aún no tenía bien definida mi futura orientación sexual. Sólo recuerdo que compartía conversaciones “prohibidas” (estamos hablando de comienzos de los ’50) con algunos de mis compañeritos de escuela que empezaban a experimentar el despertar de la curiosidad por ese por en aquel entonces confuso campo de la actividad humana llamado sexualidad. Yo, si bien no era afeminado, debo decir que tampoco daba el tipo del varoncito de mi edad: tímido, más bien callado, solitario, rehuía los juegos preferidos por mis compañeritos, en particular el más popular de todos ellos: el fútbol. Y acá entra en escena mi tío.
Como mi padre estaba más bien ausente en mi vida (cuando no estaba trabajando la pasaba fuera de casa con sus amigos) este tío, a quien empecé a tomar mucho cariño, venía un poco a llenar ese vacío. Era muy divertido, me enseñaba muchas cosas y me hacía pasar muy buenos ratos. Lo que nunca me imaginé cuando me empecé a habituar a su trato es en qué iba a terminar todo eso, es más, ahora pienso que incluso en esa primera etapa de nuestra relación él ya tenía una gran calentura conmigo y ya tenía todo planeado acerca de cómo iba a terminar todo eso. Bueno, los primeros acercamientos sexuales comenzaron cuando hacía ya un tiempo que yo me había acostumbrado a pasar mis tardes en su departamento de soltero. Un día me dice que me iba a mostrar algo que estaba seguro que me iba a gustar. Me lleva a su dormitorio y saca de un ropero varias revistas que en cuanto me mostró las tapas, quedé encandilado: se trataba de revistas porno que, en esa época de férrea censura, eran prácticamente inconseguibles para la gran mayoría de las personas, menos aún para un niño como yo. A lo sumo hasta ese momento había alcanzado a ver alguna que otra publicación clandestina de origen nacional que había llevado a escondidas alguno de mis compañeros a la escuela, publicaciones de bajísima calidad, en blanco y negro y papel muy ordinario, todo lo cual hacía que las fotos fueran muy borrosas.
Pero estas que me mostraba mi tío eran otra cosa: eran revistas importadas que él, como empleado de Aduanas, había podido obtener. Eran de una calidad superlativa, con fantásticas fotos en colores que mostraban mujeres desnudas en todas las poses, como hoy es habitual ver no solo en los kioscos sino en Internet, pero que en aquella época estaban vedadas a casi todo el mundo. Desparramó el pilón de revistas sobre su cama de dos plazas y se tendió en actitud de hojearlas, invitándome a acompañarlo a hacer lo propio. Yo, encandilado por lo que veía, ni lo pensé y no sospeché las intenciones que abrigaba mi tío: veía su actitud como algo natural, como una muestra más de la complicidad que hacia rato venia creciendo en nuestras relaciones, porque ya éramos como compinches, era mi padre, mi hermano, mi amigo. Bueno, el asunto es que empiezo a hojear las revistas cada vez más excitado, experimentando una erección como las que desde hacía relativamente muy poco había empezado a tener (en realidad, tenía tan poca información sexual en comparación con la que tiene cualquier chico hoy en día, que ni siquiera sabía que “eso” era una erección ni qué finalidad tenía desde el punto de vista de la fisiología sexual).
De pronto siento que mi tío, que a todo esto había ido aproximándose cada vez más hacia mí con la aparente intención de mirar las revistas conmigo, comienza a acariciar suavemente mis piernas (en esa época era usual que los chicos de mi edad usaran pantalones cortos, dejando al descubierto la casi totalidad de las piernas yo, en particular, usaba unos muy cortos, que me dejaban al descubierto también buena parte de los muslos). Luego, con las yemas de los dedos apenas rozando mi piel, fue subiendo por la pierna hasta llegar al muslo, en una caricia que me resultaba enormemente placentera y que, de algún modo, yo ya presentía en qué iba a terminar.
Luego introdujo sus dedos por debajo del borde del pantalón y siguió avanzando con sus deliciosas caricias hasta donde sus dedos se lo permitieron. Yo, a todo esto, tenía mi pequeño y lampiño miembro con una erección como hasta ese momento no había experimentado nunca. Hoy, visto a la distancia, se me ocurre que yo ya era un chico bastante perverso, al haberme prestado a este juego sexual con tanta naturalidad. Finalmente, mi tío logró meter bastante la mano por debajo del pantalón, hasta llegar a tocar con sus dedos mis genitales. Sin variar la lentitud ni la suavidad de sus movimientos, siguió acariciándome suavemente primero mis testículos y luego la base del miembro, hasta llegar a sujetarlo entre sus dedos y comenzar a realizar el movimiento de vaivén que yo, instintivamente, sabía y deseaba que iba a realizar. Yo no podía creer que pudiera estar sintiendo semejante placer: era la primera vez que experimentaba esas sensaciones provocadas por alguien que no fuera yo mismo (desde hacia poco había empezado a masturbarme) y ese hecho hacía que el placer que yo ya había obtenido de la masturbación fuera nada en comparación con lo que estaba sintiendo ahora. Además, digamos que mi tio demostró ser un verdadero maestro en el arte de realizar caricias sexuales. Bueno, el hecho es que al rato de estar pajeándome el miembro, ocurrió lo que tenía que ocurrir: de pronto experimenté un orgasmo y eyaculé, a lo que mi tío me susurró al oído:
-“¡Ah, ya volcás!”
Pero yo todavía, a esa altura, ni sospechaba los planes que tenia mi tío. Eso era sólo el comienzo, su estrategia para romper el hielo atacando por mi flanco más débil, para llegar a lo que finalmente, con suma habilidad y con el tiempo, se las ingenió para llegar: hacerme su amante, su hembrita. Bueno, para abreviar diré que no tardó en llegar la ocasión en que, con no recuerdo qué excusa o motivo, convenció a mis padres que me dejaran dormir en su casa. Dada las características de mis padres y la total confianza que tenían en él, que nunca ni antes ni después había dado motivos para dudar de su persona ya que siempre supo mantener bien oculta su perversión, no le costó mucho convencerlos. Para ese entonces, el juego sexual descripto se había hecho algo natural entre nosotros.
Esa primera vez que me quedé a dormir en su casa, yo ya me había acostado, apenas con el calzoncillo puesto ya que hacía mucho calor, cuando veo que el se acerca a la cama con la consabida pila de revistas y se mete debajo de las sábanas, pone las revistas delante mío sobre la cama y él se acuesta a mi lado, con su cuerpo bien pegado al mío en una posición parecida a la conocida como “cucharita”. Entonces, mientras empieza a hojear las revistas pasando su brazo por encima mío y haciéndome comentarios al oído sobre lo que veíamos, siento la presión del bulto de su miembro bien erecto aplicado contra mis nalgas. Yo, en mi ingenuidad, no supe interpretar sus intenciones y atribuí el hecho a un contacto accidental, inevitable en la posición en que estábamos. O tal vez sí intuí sus intenciones, no sé, sólo sé que me hallaba profundamente turbado porque por un lado no me podía resistir al enorme placer que mi tío me proporcionaba con sus sabias caricias pero por otro lado en todo momento tenía un enorme sentimiento culpa provocado por la conciencia de estar realizando un acto que yo oscuramente, en mi ignorancia, intuía como algo perteneciente al orden de lo pecaminoso, lo prohibido.
Los escarceos sexuales se desarrollaron como ya era habitual con la diferencia respecto a las veces anteriores que me bajó los calzoncillos, cosa que yo dejé hacer porque instintivamente percibí que su mano, libre del obstáculo representado por esa prenda íntima, se movía con más libertad haciéndome gozar más. Una vez que, como de costumbre, me hizo acabar, siento que empieza a aumentar la presión de su miembro contra mis nalgas desnudas, al tiempo que escucho que empieza a susurrarme al oído, con voz trémula y ansiosa:
-“¡Vos ya gozaste, ahora dejame gozar a mí! ¡Abrí las piernitas!”
Yo estaba totalmente confuso: por un lado, esta novedad, este giro imprevisto en el ya habitual juego sexual que se venía repitiendo desde hacía tanto casi sin variantes, me dejaba perplejo. Ahora, a la distancia, veo que ese juego no había sido sino un “ablande”, realizado por mi tío con magistral pericia, para llegar a la consumación de sus verdaderos propósitos, que recién ahora empezaban a salir a relucir. De pronto, en mí se desató un torbellino de sensaciones y sentimientos contradictorios. Oscuramente intuía que el nuevo reclamo de mi tío introducía una componente totalmente nueva en nuestros juegos “amorosos” -por así decirlo- que yo no alcanzaba a definir claramente si me gustaba o no. Lo que sí tenía bastante claro es que, habiéndole permitido llegar al plano de intimidad a que habíamos llegado, me iba a resultar muy difícil impedir que siguiera avanzando, mas aún dada la total falta de decisión que me embargaba frente a sus nuevos reclamos, frente a la tremenda determinación, fruto de su enorme calentura, que él evidenciaba tener. Lo único que se me ocurrió para disimular la vergüenza que me provocaba la situación fue hacerme el dormido, una “solución” obviamente ridícula, infantil, como si haciéndome el dormido creyera que me libraba de responsabilidad sobre mis actos. Bueno, el asunto es que no tuve demasiada tiempo para seguir debatiéndome en mis dudas porque de repente sentí el contacto de un liquido caliente sobre mis nalgas: mi tío había acabado sobre ellas sin llegar a penetrarme, tal era la calentura que tenia. Mientras seguía representando mi papel de “dormido”, sentí que mi tío se levantaba, iba hasta el baño y volvía con una toalla con la que secó mis nalgas.
Luego se acostó a mi lado y se durmió. Yo en cambio, pese a que seguía haciéndome el dormido, no pude conciliar el sueño ya que en mi mente se agitaban todo tipo de pensamientos, sentimientos y sensaciones, aunque cada vez percibía con mayor nitidez que todo el asunto me había dejado muy excitado y que realmente, pese a la conciencia de lo pecaminoso del acto que mi tio había intentado consumar conmigo sin éxito, percibía claramente en mí un vehemente deseo de permitir a mi tío que avanzara. ¿Acaso hasta ese momento no me había hecho gozar como loco? ¿Porqué no dejarme conducir por él a alcanzar nuevas sensaciones, quizás más placenteras que las anteriores? La ocasión no tardó en llegar. Después de dormir un rato, seguramente para reponerse del orgasmo experimentado, mi tío se despertó y volvió a colocarse y colocarme en la posición en que estábamos antes, con su miembro duro pegado a mis nalgas y exigiéndome, con una determinación que me estremeció:
-“¡Abrí las piernas!”
No sé bién qué fue, si la firme determinación que percibí tanto en el tono de su voz como en su actitud y a la que yo de pronto me sentí irresistiblemente tentado a ceder, si el clima de voluptuosidad en que me encontraba sumido o todo ello junto y más, el hecho es que cedí a sus reclamos, abrí mis piernas e inmediatamente sentí su verga deslizarse rápidamente entre mis nalgas hacia mi orificio anal sobre el que en seguida sentí la presión de su cabeza pujando por entrar. Instintivamente traté de relajar lo más posible mi esfínter anal a fin de facilitar la penetración pese a lo cual y pese a que mi tío la había lubricado con algo, en cuanto empezó a entrar sentí un inmenso dolor, hasta el punto que no había siquiera introducir la cabeza de su poronga que le tuve que rogar que parara y la sacara, cosa que hizo. Pero acariciándome cariñosamente con su mano mi cabeza, me dijo amorosamente:
-“No seas sonso. Al principio duele un poco, pero pasado ese primer momento vas a ver que te va a empezar a gustar”
Yo, confiado en lo hábil que se había mostrado mi tío hasta ese momento en eso de provocarme enorme placer sexual, decidí hacerle caso y someterme dócilmente a sus designios. Así, traté de relajar aún más mi esfínter para permitir una introducción lo más indolora posible, cosa que logré a medias pues, si bien esta segunda vez pude permitir que la verga de mi tío penetrara por completo en mi culo, no pude dejar de experimentar un dolor bastante intenso que traté de aguantar en la creencia de que después iba a ser como me había dicho mi tío: solo placer. Debo reconocer que mi tío, que con esto tal vez evidenciaba poseer bastante experiencia en este tipo de práctica sexual, se manejó con bastante delicadeza, introduciéndome su miembro muy despacio y, una vez que lo hubo introducido todo, realizando los movimientos coitales con mucho cuidado a fin de no hacerme sufrir demasiado. Bueno, el hecho es que pese a que mi tío procuró en todo momento evitar movimientos bruscos como queda dicho, al cabo de un rato su respiración comenzó a hacerse mas agitada para luego convertirse en un jadeo y sus movimientos de “bombeo” a hacerse más cortos y rápidos. De pronto escucho que me susurra al oído:
-“¡Voy a acabar!”
y casi acto seguido siento que detiene sus movimientos y, arqueando su cuerpo en un espasmo, deja escapar una especie de ronquido gutural de su garganta: había acabado en un tremendo orgasmo. A todo esto, desde el comienzo de la penetración habíamos cambiado de posición con él encima mío y yo tendido boca abajo sobre la cama. Después del orgasmo sentí como su cuerpo, que hasta hacía unos pocos instantes se sacudía en un frenético vaivén sobre el mío, se aflojaba completamente y descargaba todo su peso sobre el mío. Así permanecimos un rato que no puedo decir cuánto duró realmente, aunque para mi fue una eternidad. Al cabo de ese tiempo, retiró de mi culo su miembro ya fláccido y se tiró en la cama al lado mío, quedando profundamente dormido. Yo en cambio permanecí despierto, tratando de ordenar en mi mente el torbellino de sensaciones que perduraba aun después del acto. Casi no podía creer lo que había sucedido, de tan inesperado y vertiginoso que se había desencadenado todo.
Pero ahí estaban todas las señales que confirmaban que no había sido un sueño: mi tío durmiendo totalmente desnudo a mi lado en la cama y las sensaciones que irradiaban de mi culo: a más de una sensación de ardor, sentí que el mismo estaba mojado. Al pasar mi mano por él, la retiré mojada: era parte de la leche que mi tío había volcado dentro de mi culo que había salido al retirar su pija. Pero junto a las descriptas, alcancé a reconocer otra sensación muy fuerte: a partir de determinado momento del coito había comenzado sentir claramente, junto con las sensaciones dolorosas, unas sensaciones de placer físico bien definidas que fueron “in crescendo”, como apuntando a un desahogo que, sin embargo, no había llegado a producirse porque mi tío había acabado antes. Pero era claro que yo había quedado insatisfecho y con ganas de más. Además, a este placer físico se venia a sumar el placer psicológico de haber hecho gozar a mi tío, provocándole el enorme placer que de alguna manera yo sabía que le había hecho sentir. Ambas componentes de placer se potenciaban mutuamente, y por ende ahora fui yo el que no pudo esperar mas tiempo antes de reanudar lo que yo sentía que al menos de mi parte había quedado inconcluso. Por eso, ahora fui yo el que procuré con mis caricias excitar a mi tío. El había quedado tendido boca arriba en la cama, desnudo, con sus genitales a la vista. Me incorporé y comencé a acariciar suavemente la piel de su pubis, acercándome con movimientos convergentes de mis dedos más y más a sus genitales.
De pronto, sentí un impulso hasta ese momento desconocido en mí: teniendo sus genitales tan cerca de mi rostro, me vinieron unas ganas incontenibles de besarlos. No resistiendo la tentación, acerqué mis labios a su miembro y lo besé. Entregado al imperio de mis instintos, a continuación comencé a lamerlo, recorriéndolo en toda su longitud con mi lengua, primero hacia abajo hacia los testículos, que lamí con goloso deleite y luego hacia arriba hacia el glande al llegar al cual lamí con particular deleite, sabiendo por experiencia propia que allí se encuentran los centros más sensibles del placer. Sabiendo eso, pasé mi lengua delicadamente por los bordes del glande hasta llegar al frenillo, el centro máximo del placer. Llegado aquí, no pude contener más mis ansias e introduje el glande en mi boca acariciándolo con mi lengua y mis labios en los lugares que yo sabía le podía provocar el máximo placer. Mientras con una mano sujetaba firmemente el tronco del pene pajeándolo, con la otra acariciaba sus testículos: mayor estimulación no podía provocarle. Mis acciones no tardaron en dar resultado ya que al poco tiempo sentí que el miembro comenzaba a ponerse duro nuevamente, mientras mi tío comenzaba a emerger del sopor en que había caído como resultado de su orgasmo, movía su cabeza de derecha a izquierda y su cuerpo se estremecía y experimentaba contracciones, mientras dejaba escapar gemidos de placer. Al cabo de un rato así, se incorporó y me preguntó:
-“¿Querés hacerlo de vuelta?”
Yo no contesté nada: me limité a ponerme en cuatro, con el pecho apoyado sobre las sábanas y mi culo bien alto, invitándolo a penetrarme nuevamente. Con la experiencia anterior, instintivamente conseguí relajar al máximo el esfínter anal, con lo que esta vez el dolor fue mínimo, en cambio las sensaciones de placer fueron realmente enormes y fueron “in crescendo” hasta que finalmente pude llegar a un brutal orgasmo, de una magnitud como no había conocido antes.
Sin saberlo, había comenzado el camino de mi feminización. Lo que acababa de experimentar, como mucho tiempo después supe, era lo que se conoce como “orgasmo prostático” u “orgasmo seco” –sin eyaculación-, de una intensidad como hasta ahora no había conocido nunca, mucho más intenso que los orgasmos que hasta ese momento había experimentado a través de la estimulación manual de mis genitales y los que mi tío me había proporcionado por la misma vía: verdaderos espasmos sacudieron todo mi cuerpo, experimentando un placer casi demencial. Para colmo, como mi tío ya iba por el tercer polvo, tardó mucho más que las dos veces anteriores en acabar, con lo que antes que lo hiciera yo pude alcanzar dos orgasmos más de esa naturaleza. Cuando mi tío, después de acabar y dejarla morir adentro, terminó sacándola ya fláccida, experimenté una curiosa sensación de vacío en mi culo: era como que quería seguir estando penetrado para poder seguir acabando.
Después de haber dormido un rato, mi tío volvió a garcharme tres veces más provocándome nuevamente brutales orgasmos anales, cada vez de una intensidad creciente, hasta que la tercera vez eyaculé sin tocarme, solamente con el estímulo de su verga moviéndose dentro de mi culo. Cuando eso ocurrió, yo ya deliraba de placer, gimiendo como una gata, gritando:
-“¡Ay, sí, papi, así, movete, sí!”
Y cuando mi tío, deteniendo su movimiento, me susurró al oído:
-“¡Voy a acabar!”
Yo, que sentía que estaba a punto de acabar, comencé a mover frenéticamente mi culo diciéndole:
-“¡Ay, sí, papi, vení pero seguí moviéndote!”
Y mientras él estallaba por tercera vez dentro de mi culo, yo sentí cómo un nuevo orgasmo sacudía violentamente todo mi cuerpo, mientras derramaba chorros de semen sobre la cama: por primera vez había logrado eyacular sin tocarme los genitales, con el solo estímulo de la verga de mi tío dentro de mi culo.
Poco tiempo pasó antes de que se terminara de producir mi inversión: mi zona erógena dejó de tener los genitales como centro de gravedad para desplazarse a mi cola que, de ese modo, pasó a convertirse en mi órgano sexual, el único mediante el cual podía obtener y dar placer en mis relaciones sexuales. Además, mi apetito sexual creció desmesuradamente con lo que el sexo se convirtió casi en el centro de mi vida. Pronto me convertí en una verdadera putita en la cama, de las que les gusta hacer y que le hagan de todo, en una viciosa insaciable, en una adicta a los orgasmos anales que mi tío me proporcionaba cada vez que me cogía, que por cierto, eran muchas, ya que él también era muy sexual. Pienso que de alguna manera me contagió su frenesí sexual, haciendo que me adaptara a su desenfrenado apetito.
Recuerdo que, por aquella época, los días que transcurrían entre encuentro y encuentro en casa de mi tío para mí eran interminables. No veía el momento de estar nuevamente con él y entretanto casi no me podía concentrar en nada, obsesionada como estaba con las fantasías de sexo e imaginando las deliciosas vivencias que iba a poder recrear cuando se produjera el ansiado reencuentro.
Recuerdo la vez que mi tío se ausentó por una larga temporada, cómo la espera se hizo interminable y cómo mi apetito sexual se fue intensificando día a día hasta que no pude más y comencé a masturbarme con cuanto objeto tuviera a mano que pudiera suplir en tamaño y forma un pene (a mis trece años no podía ni pensar en comprar un dildo). Así fue que empecé primero introduciéndome los dedos de mi mano; luego probé con algunas hortalizas: zanahorias, pepinos, etc., logrando obtener buenos orgasmos, aunque nunca tan satisfactorios como los obtenidos con mi tío.
También por esos días hizo irrupción en mi psiquis una novedad que, como comprendí más tarde, constituyó un paso más en el camino hacia mi feminización: en los momentos en que me ponía cachonda, junto con las fantasías tradicionales aparecieron unas nuevas en las que me veía con ropa de mujer. En realidad, creo que esto comenzó con los sentimientos que me despertaba el espectáculo de mi hermana en ropas íntimas las veces que logré espiarla cuando estaba en su dormitorio. En esas ocasiones, la visión de mi hermana con su sensual cuerpo femenino, su suave y tersa piel apenas cubierta por una mínima bombachita y un aún más escueto corpiño, me erotizaba enormemente pero no por el deseo hacia ella sino por el deseo de estar en su lugar, teniendo esas voluptuosas formas y esa piel y apenas cubiertas por esas eróticas prendas. Pronto estas visiones se trasladaron a mis fantasías y comencé a fantasear en forma cada vez más insistente con la idea de vestir esas prendas. Llegó un momento en que la obsesión era tal que no pude resistir más: venciendo las resistencias que me producía la idea de invadir el espacio de mi hermana, un día en que yo estaba sola en casa no pude más y entré a su dormitorio. Como una desesperada abrí los cajones en que yo había visto que guardaba sus prendas más íntimas y comencé a probármelas, mirándome en el espejo de la habitación. No tengo palabras para describir el placer que me producía sentir el contacto de esas prendas sobre mi erotizada piel y verme reflejada en el espejo vistiéndolas.
De todas las prendas que probé, la que me resultó más erótica fue un tailleur muy ceñido al cuerpo, con una pollera tan cortita que al ponerme de espaldas al espejo, veía que dejaba asomar mis nalgas por debajo de su ruedo, como había visto en tantas fotos de vedettes y modelos que se publicaban en diarios y revistas y me erotizaban tanto. Rápidamente este ritual de travestirme con las prendas de mi hermana se incorporó a las prácticas eróticas a que me entregaba cuando quedaba sola en casa y poco a poco fui perfeccionando mi habilidad para elegir las prendas de modo de componer una imagen mía lo más erótica posible. Además, tomé la determinación de que, para el próximo encuentro con mi tío, llevaría a su casa uno de esos sensuales conjuntos para darle una sorpresa.
Otra novedad acaecida durante esos días en que, a raíz del viaje de mi tío, debí arreglármelas sola, fue el descubrir en Internet una serie de sitios, blogs, etc., dedicados a la temática gay, crossdresser, etc., de donde pude obtener una importante masa de información que me sirvió para enriquecer enormemente el disfrute de mi reciente inversión sexual. De los que recuerdo ahora, destaca un video de You Tube llamado “Feminización sexual hipnótica” en que se muestran una serie de imágenes de mujeres en las actitudes más sensuales imaginables, acompañadas por un audio de fondo en que a un hipersensual fondo sonoro de gemidos de mujeres acabando, se superpone una letanía de consignas repetidas en forma hipnótica, tales como “eres una mujercita”, “te encanta mostrar tu culito”, “careces de pene”, “tu culo es tu vagina”, “te encanta la verga”, “los hombres penetrarán tu culo con su verga”, “sólo podrás dar y obtener placer con tu culo”, etc. El texto que acompaña el video dice:
“Video para feminizar hombres. Este video contiene mensajes subliminales para feminización forzada o voluntaria de hombres. Debe ser visto tres veces al día, todos los días, durante 3 meses.
Este video desencadena en un hombre el deseo frenético por coger como mujer.”
¡Y vaya que es cierto! ¡Cada vez que lo veía terminaba con una calentura infernal y ansiosa por ser la hembra que calmara con su culo la ansiedad de su macho! Por lo general, miraba el video ya vestida con las ropas de mi hermana y con algún elemento para masturbarme por el culo, y mientras lo veía me masturbaba hasta alcanzar unos orgasmos anales brutales. El enlace al video es:
http://www.youtube.com/watch?v=7LoEJizH4RU
Este video jugó un papel decisivo en mi ya iniciado proceso de feminización, proporcionándome una estimulación extraordinaria para obtener el máximo placer de la masturbación, como también contribuyó muchísimo a desarrollar mi sensibilidad femenina, despertando la mujer que dormía en mí.
Otros videos de You Tube que también me aportaron mucho a desarrollar mi sensibilidad femenina, fueron dedicados a dar consejos acerca de cómo vestirse, cómo caminar y moverse de manera femenina, cómo maquillarse, así como los testimonios de muchachxs que, nacidos varones, a través de un proceso de transformación lograron convertirse en sensuales y seductoras mujeres.
También obtuve rico material en el blog “Hombres Pasivos”, http://hombrespasivos.blogspot.com, del cual aprendí mucho no sólo acerca de cuestiones prácticas acerca de la higienización anal previa al coito, las técnicas de dilatación anal para experimentar puro placer sin dolor durante el mismo, etc. Respecto de esto último, me ayudó mucho Marcelo, el administrador del blog, con quien sostuve un intercambio de mails en que me enseñó cómo dilatar lo suficiente mi ano como para obtener yo el máximo placer con el mínimo dolor, pero sin dilatarlo demasiado a fin de mantenerlo lo suficientemente cerrado como para asegurar el máximo placer de mi macho. Como se ve, un verdadero arte.
Con todas estas novedades, yo literalmente ardía en deseos de reencontrarme con mi tío y poder llevar todo lo aprendido al terreno de nuestras relaciones.
Por ello, no puedo explicar la emoción cuando sonó el teléfono y del otro lado de la línea escuché la voz de él diciéndome que ya estaba de vuelta y que podíamos encontrarnos en su casa cuando yo quisiera. Fijamos el encuentro para el finde siguiente que, para colmo, era fin de semana largo.
Cuando llegó el viernes por la tarde, metí dentro de un bolso todas las prendas que había sacado del placard de mi hermana sin que ella se diera cuenta y partí hacia lo de mi tío. Trataba de imaginar su reacción cuando me viera vestida de mujercita. Cuando subía por el ascensor hasta su piso, el corazón me latía desbocadamente, como nunca antes. La excitación que tenía era tremenda. Por fin llegué al piso, bajé del ascensor y toqué el timbre del departamento. Cuando la puerta se abrió, vi que el departamento estaba en penumbras, como siempre que me recibía en él. Entré y él cerró suavemente la puerta tras de mí, echando el cerrojo. Luego de acostumbrar mis ojos a la semioscuridad, pronto pude percibir su silueta recortándose en la misma: como siempre, apenas vestía su robe de chambre sobre su cuerpo desnudo. A pesar de la oscuridad, pude distinguir perfectamente la tremenda carpa que formaba la robe a la altura de su pubis. Me abrazó entre sus fuertes brazos y buscó mi boca. Yo me derretí entre sus brazos: mientras él me devoraba la boca me recorría todo el cuerpo con sus ávidas manos, deseosas por reconocer el territorio que pronto haría suyo. Al apretarme contra su cuerpo, yo sentí la presión de su duro miembro contra el mío, por lo que, bajando mi mano la introduje por entre los pliegues de la robe hasta palparlo, duro y caliente. Agarrándolo firmemente con mi mano, comencé a pajearlo, ante lo cual él también instintivamente comenzó a hacer movientos coitales con su cintura. Después de unos minutos de estar entregados a esta delicia, tomándome suave pero firmemente del brazo ejerció sobre él una presión en dirección al dormitorio, susurrándome al oído:
-“¿Vamos?”
Yo le pedí si antes no me dejaba pasar al baño. Una vez allí procedí a cambiarme las ropas de varón con que había ido desde mi casa, poniéndome ese vestidito tan entalladito y cortón del que ya hablé, unas sensuales medias negras y conjunto de corpiño y bombacha también negros, que resaltaban la blancura de mi piel en las partes que quedaban expuestas. También me puse una peluca que le había sacado a mi hermana y un poco de maquillaje y rouge para los labios, que había aprendido a ponerme gracias a esos videos de You Tube que había estado mirando durante los días previos. Para rematar, me calcé unos sensuales zapatos también de mi hermana y salí del baño caminando como lo hacen las mujeres, con un paso ondulante y sensual, algo que también había aprendido de los videos de You Tube. Indescriptible fue la expresión de asombro que se pintó en el rostro de mi tío al verme salir producida de ese modo, asombro que poco a poco se fue transformando en aprobación y luego en una expresión de lujuria, seguramente al imaginar todo lo que estaba por suceder.
Ahí sí me tomó fuertemente de la cintura, con esa dominante determinación que me volvía loca y me condujo al dormitorio, cosa que dócilmente dejé que hiciera, como siempre, con gran goce de mi parte, desde el primer momento, había dejado que él hiciera todo hasta llegar a este punto.
Cada vez me daba cuenta con más claridad que gran parte, si no todo, mi goce, consistía precisamente en dejarme hacer dócil, sumisamente. Una vez ahí, volvió a tomarme vigorosamente en sus brazos y a besarme por el cuello, los hombros, la boca, para luego alzarme en brazos y depositarme en la cama. Ahí, sin desvestirme, sólo me sacó la bombacha para luego ponerme boca abajo y levantando mi cola, abrió mis nalgas y comenzó a chupar mi culito. No tengo palabras para describir las oleadas de placer que eso me produjo, oleadas que como una corriente eléctrica recorrieron todo mi cuerpo haciéndome estremecer de placer. Luego de un rato de estar chupando, me arrimó al borde de la cama y ahí nomás, colocó su pene entre mis nalgas y posicionando su glande contra mi ano, comenzó a presionar suave pero firmemente hasta hacerlo entrar de a poquito hasta que lo metió todo. Yo, que estaba recaliente con toda la preparación previa, comencé a gemir de placer, cosa que por lo que había podido ver, a él lo volvía loco, con lo que se enardeció y empezó a bombear con furia. En un momento, en medio del delirio sexual, giré mi cabeza hacia él que, comprendiendo enseguida mi intención, no vaciló un instante en unir su boca con la mía y así, sin dejar de bombear, chuparnos mutuamente las bocas, porque no era propiamente un beso, era chuparnos las bocas húmedas, ¡ah, qué éxtasis, qué delirio, su poronga moviéndose dentro de mi culo y nuestras lenguas deliciosamente entrelazadas intercambiando nuestras salivas! En eso estaba cuando repentinamente me sobrevino un tremendo orgasmo que sacudió todo mi cuerpo. Él, dándose cuenta, sin dejar de bombear me susurró suavemente al oído:
-“Si, mi amor, vení!”
No terminaba de decir esto cuando dando una última, profunda estocada y dejando escapar una especie de gruñido por sus labios, él también acabó dentro mío. Yo me tendí boca abajo sobre la cama y él dejó caer su cuerpo sobre el mío, sin sacar su miembro aún erecto. Así permanecimos no sé cuánto tiempo, el que le llevó a su miembro perder su erección tras lo cual lo extrajo ya fláccido y se retiró de encima mío dejándose caer rendido a mi lado, boca arriba. Pocos minutos más tarde dormía plácidamente a mi lado mientras yo, aún despierto, no podía hacerlo ya que había quedado muy excitada y con ganas de seguir acabando. Pero bueno, en vista de que mi macho parecía hallarse en el séptimo sueño -el reposo del guerrero-, tuve que resignarme a la idea de que por el momento lo que se daba se había terminado hasta más ver. Total, teníamos aún todo el finde largo por delante. Así que, a los pocos minutos, yo también me entregué a la modorra y en poco tiempo más dormía plácidamente. No sé cuánto tiempo pasó. Sólo sé que, al abrir los ojos me costó mucho reconocer mi entorno en la oscuridad reinante.
Mientras descansábamos la tarde había avanzado, ya era casi de noche y la penumbra reinante se había tornado en oscuridad casi total. No obstante, al rato mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y así empecé a distinguir algunas formas alrededor mío. Alcancé a distinguir en el suelo, al lado de la cama, apenas iluminadas por una débil luz de noche, la robe de chambre de él y encima mi vestido y mi bombacha. Mi macho aún se encontraba tendido en la misma posición en que quedó al caer rendido, tendido boca arriba sobre la cama, totalmente desnudo. Aproveché la circunstancia para recorrer morosamente su cuerpo con mi mirada, deteniéndome en la contemplación de aquellas partes que me resultaban más hermosas, aquéllas cuya sola visión me provocaba un deleite incomparable. Entre esas partes, naturalmente, sobresalía muy por encima de las demás una: su pija. ¡Dios, cómo me gustaba su pija! Y allí la tenía. En la posición en que habíamos quedado al caer dormidos, la tenía muy cerca de mi rostro, así que la podía contemplar largamente a mis anchas. En el estado de flaccidez en que se encontraba, su prepucio había vuelto a su posición de reposo, cubriendo totalmente su cabeza, dejando ver a través de la pequeña abertura de su extremo apenas la pequeña rayita vertical por donde expulsaba sus líquidos.
De la base de la pija colgaba una sensual bolsa que dejaba traslucir la forma de dos hermosos testículos. ¡Qué visión celestial, qué espectáculo divino! Para aumentar el placer que me proporcionaba el espectáculo que tenía ante mi vista, a la distancia en que se encontraba mi rostro podía también olfatear su olor: ese olor acre ya tan conocido por mí, resultado del semen ya algo fermentado, que yo había bautizado con el nombre de “olor a pija amanecida” ya que era a la mañana, poco antes del “mañanero”, cuando el semen fermentado durante toda la noche despedía un olor muy fuerte. Al rato de estar contemplándola, no pude resistir más la tentación y acerqué mi rostro a ella. ¡Dios, qué hermosura! ¡Ahí la tenía, al alcance de mis labios! Me decidí a gozar y, de paso, provocarle a mi macho un dulce despertar. Comencé por besar sus bolas: nada, ninguna reacción de mi macho, que seguía plácidamente dormido. Después, empecé a lengüetear su tronco, sin obtener tampoco ninguna reacción visible. Fue recién cuando metí su extremo en mi boca e introduje la punta de mi lengua en el orificio que se formaba en el extremo del prepucio hasta tocar el extremo de la cabeza, que percibí un ligero estremecimiento de su cuerpo, mientras percibí que la poronga empezaba a aumentar de tamaño dentro de mi boca. Sin dejar de acariciar suavemente sus bolas con mi mano libre, seguí chupándola, pasándole la lengua dentro de mi boca por sus puntos más sensibles. En pocos segundos, el prepucio se había retraído dejando al descubierto la cabeza y la poronga había alcanzado su máximo tamaño ocupando toda la cavidad de mi boca. A esa altura, su cuerpo se estremecía violentamente ante cada uno de mis estímulos bucales en las partes más sensibles de su pija, mientras, ya totalmente despierto, emitía gemidos de placer. Estuvimos así un rato largo, calculo que unos quince o veinte minutos, él disfrutando de la mamada y yo gozando del hecho de comprobar el placer que visiblemente le estaba proporcionando, ya que, como queda dicho, una de las principales componentes de mi placer radicaba precisamente en eso: en darle placer a mi macho.
Al cabo de un rato, cuando ambos estábamos ya recalientes yo, sin decir palabra, dejé de chupar y me coloqué en posición, boca abajo con el pecho y las rodillas apoyados sobre la cama de manera de dejar el culo bien alto, bien abierto dispuesto a recibir amorosamente su poronga en su interior. Él no se hizo rogar y, en menos que canta un gallo, ya lo tenía nuevamente montado sobre mí, con su poronga bien clavada en mi culo, agitándose afanosamente en procura de un nuevo orgasmo. Yo, mientras gozaba realizando contorsiones con mi cola y gimiendo como una yegua, pensaba en mi suerte de tener un macho así, con semejante potencia viril, capaz de echarse varios polvos y hacerme gozar hasta el delirio.
Después de unos quince o veinte minutos de frenética cogida llegó al orgasmo, no sin antes haberme provocado tres o cuatro orgasmos a mí, en el último de los cuales eyaculé. Era fantástica la coordinación de tiempos que habíamos alcanzado, que nos permitía gozar al máximo de nuestros polvos.
Pero ahí no terminó mi feminización. Había algo que hacía que mi satisfacción no fuera completa. Cada vez que veía a una mujer sexualmente atractiva y seductora, envidiaba sus sensuales formas, sus pechos, sus caderas y, sobre todo, su cola, esas colas que parecían hechas a propósito para el amor. Y si bien mi cuerpo y mi cola no eran feos, yo me daba cuenta que distaban mucho de tener el fantástico poder de seducción que algunas mujeres pueden ejercer con sus formas sobre un macho. Cuando me masturbaba miraba el ya comentado video “Feminización Sexual Hipnótica” que es, entre otras cosas, una verdadera compilación de fantásticos cuerpos femeninos en poses muy sensuales y seductoras y sentía verdaderos deseos de poseer formas corporales como aquéllas. Un día le comenté esto a mi tío y él me respondió que eso no era ningún problema, que existían tratamientos hormonales y quirúrgicos capaces de convertir un cuerpo masculino –más aún uno como el mío, no demasiado parecido al del estereotipo social del macho sino más bien todo lo contrario- en el de una exuberante mujer. Me sugirió que mirara algunos videos de You Tube en que varones que se sometieron a este proceso de transformación muestran el proceso paso a paso, como éste, que muestra la transformación operada en el término de dos años de tratamiento con estrógenos:
Cuando ví este video, me volví loca: ¡ví que era posible tener la cola de mis sueños, un culo de esos de película, de esos que parecen hechos a propósito para coger, con el que volver loco de deseo a mi tío y poder amansar su desbocada poronga!
El único problema era mi edad: yo aún era demasiado chico para iniciar un tratamiento que indudablemente requeriría la intervención de personal médico, sin mencionar que mis visibles cambios iban a resultar imposibles de ocultar a los ojos de mis padres, que hasta ese momento parecían no haberse dado cuenta de nada, o al menos así lo aparentaban. A esa altura yo ya tenía dieciséis años cumplidos –parece mentira, pero ya hacía tres años que me había convertido en la amante de mi tío- pero debía esperar por lo menos dos años más hasta cumplir los dieciocho para poder completar mi feminización total mediante una feminización corporal hasta convertirme en la exuberante mujer –de alma y cuerpo- que soy ahora. Providencialmente, justo cuando terminé de completar mi feminización corporal se aprobaron y sancionaron en mi país las reformas al Código Civil que habilitaron a cualquier persona que así lo deseara la posibilidad de adquirir una identidad sexual conforme a sus deseos, por lo que felizmente pude realizar mi sueño de ser una mujer en todo el sentido de la palabra.
Así que ahora, convertida en Susana, pareja de mi tío desde hace diez años, convivo con él desde hace cinco. Él ahora, a sus cuarenta y tres años se encuentra en la flor de la edad, tanto física como espiritualmente y, sobre todo, conserva esa formidable potencia viril que me hizo conocer tanto tiempo atrás: me sirve al menos una vez por día, y a veces dos y hasta tres veces durante el día: por la mañana al despertarnos, por la noche al acostarnos antes de dormir y a veces en algún momento del día cuando por algún motivo tiene que pasar por casa. Soy una feliz mujer muy bien servida por su hombre, muy bien dotado y fogoso, por añadidura. Yo, por mi parte, conservo toda la fogosidad que se despertó en mí en mi ya lejana pubertad, por lo que conformamos una pareja muy estable, ya que nos complementamos a las mil maravillas. ¡Ah, qué rico dormirse dulcemente todas las noches guardando amorosamente la lechita de mi macho dentro de mi culo, derramada dentro mío luego de feroz tiroteo mediante el que logro amansar tan fogosa poronga no sin antes haber acabado un montón de veces!
Para rehuir el peligro del tedio que muchas veces amenaza las mejores parejas, no dejamos de inventar cosas para mantener vivo nuestro deseo. Por ese camino, mi tío, que en estos años se vinculó con otros hombres que están en su misma situación, es decir, conviven con transexuales como yo, promovió la amistad entre las mujeres de sus amigos. De esa manera, me hice de un núcleo de amigas con las que desde entonces comparto una amistad muy enriquecedora, sobre todo en el plano sexual. ¡Qué hermosas esas reuniones de mujeres, todas viciosas del sexo como yo, en que las conversaciones en torno de nuestras relaciones amorosas con nuestros machos ocupan el centro de la charla! Allí intercambiamos experiencias, incrementando nuestro caudal de recursos personales para enriquecer aún más nuestra ya rica vida sexual y, sobre todo, provocarles gratas sorpresas a nuestros machos, razón última de nuestras vidas. Consejitos, pequeños secretos para prolongar e incrementar el placer sexual tanto propio como de nuestra pareja, poco a poco nos íbamos convirtiendo en maestras en el arte del amor.
Hasta que una vez surgió del grupo una idea que recibió una grata acogida por parte de nuestros machos: realizar un encuentro de parejas para celebrar una fiesta sexual. Por mi parte, debo reconocer que fue hermoso conocer otras porongas, otros tamaños, otras formas, otras formas de moverse, de gozar, en fin, qué delicia sentirme tan puta. La experiencia fue tan deliciosa para todxs que decidimos repetirla con cierta frecuencia, agregándole cada vez nuevos ingredientes para mantener bien alto el interés. Recuerdo uno de esos encuentros en particular, cuando decidimos entre todxs jugar a que las mujeres éramos pupilas de un prostíbulo que recibíamos a nuestros machos como si fueran clientes del mismo. De ese modo, todas reunidas en el living de la casa vestidas a la usanza de las prostitutas de un burdel, hacíamos pasar a los machos-clientes quienes elegían de entre nosotras aquélla con la que se iba a acostar y, una vez elegida, con un movimiento de cabeza indicarle el camino de la habitación. ¡Ah, cómo me excitaba al pasar al cuarto con mi ocasional partenaire, escuchar a través de la pared que nos separaba de la habitación de al lado los gritos de yegua de la hembra que había sido elegida antes que yo y en ese momento estaba siendo culeada por su macho! En pocos instantes yo misma me encontraba sumada al coro de yeguas delirantes de placer, con una tremenda poronga incrustada en mi culo, moviéndose sabiamente para dar y recibir placer