Diosa (Juan Abreu)

Diosa (Juan Abreu)
“Maestro Yuko saluda a los presentes con un movimiento de cabeza y, a continuación, se apodera de mí. No hay otra manera de describir su actitud. Ágil, apabullante al tiempo que delicado, procede a ejecutar sobre mi cuerpo un complicadísimo amarre. Danza. Cuerdas negras. Sus enormes manos vuelan sin apenas tocarme. Mil insectos luminosos entran por mis poros. Marchan formando nutridos batallones hacia mi baboso agujero. La proximidad de su cuerpo me asfixia. Su olor desata un incendio en mis tripas. Las cuerdas están vivas. La boca se me llena de saliva.
Jadeo.
Pronto estoy inmovilizada.
Mi cabello, recogido en lo alto de la nuca, forma un lazo que apunta al techo. El cuello, conectado a mi tobillo izquierdo, obliga a mi cuerpo a trazar una especie de arco. El muslo derecho se proyecta y se funde sólidamente a mis costillas. Una tupida red envuelve mi torso, dibujando figuras geométricas; mis pechos, cercados, propulsados, tiemblan. Una soga cruza mi vientre y se hunde en el sexo; forma un nudo que coincide con mi ano y trepa por la espalda bifurcándose alrededor del cuello. De los pezones parten finos bramantes que se anudan a mi lengua. El acto de tragar provoca un tirón insoportable, sabroso. El menor movimiento de cabeza tensa la soga que cruza mi vientre y hace que ésta se hunda en mi coño y que el nudo estratégicamente situado sobre el ano se esfuerce por entrar.Algo, pequeñas serpientes, aferran los labios de la vulva y tiran de ellos en direcciones opuestas, abriéndola. Las serpientes circundan los muslos y van a fijarse entre mis dientes. Cuando muevo la mandíbula, las serpientes tiran de mis labios vaginales.El dolor, pero no es dolor, es tan delicioso que temo desfallecer.Estoy en su boca.¡Mastícame, tritúrame, ensalívame, trágame, digiéreme, excrétame!Tengo la sensación de haber sido engullida por un organismo vivo que me inmoviliza en sus entrañas y comienza el proceso de digerirme. Sus líquidos gástricos me enchumban, me carcomen.Siento que un orgasmo comienza a ascender desde el abismo insondable en el que habitan los orgasmos.Soy leona en la sofocante sabana: los cuartos traseros levantados, la hierba quemada entre mis colmillos, contra el morro, las garras clavadas en la tierra. Un pesado macho me perfora.Soy tiburona en celo: decenas de machos se pelean por agujerearme. Los ojos como planetas remotos, la piel lacerada, el cuerpo aplastado contra la arena. Las Sumisas ponen a punto una polea en la gruesa viga que cruza el techo.Supura el color de sus pañuelos, el escorzo de los brazos lo coronan manos de nieve. La nieve de las manos se funde al contacto con el acero de la polea. La viga es de madera renegrida y ondula como la cola de un dragón, escamosa e hirviente.Una fuerza arrolladora propulsa mi cabeza hacia arriba. Mis ojos no caben en las órbitas. Lágrimas, lágrimas. Incandescencias. El aire que llega a mis pulmones quema. Centímetro a centímetro me elevo. La piel de mi cabeza se convierte en un creciente ardor. En un océano en llamas. Aprieto la boca para no dejar escapar un alarido. Alfileres en los pezones, dentelladas en la vulva. Descargas eléctricas en el ano.Cuelgo del pelo.Estoy en la barca que cruza el lago. El barquero clava el remo en el espejo de las aguas. El remo es un falo negro, el cielo es cremoso, la niebla porosa y la superficie del lago una vagina rosada en la que se hunde el falo negro. Licores rezuma la vagina. ¡Quiero beber, quiero beber! Los árboles musitan una cantinela infantil.Todo sucede dentro de un hiratakuwagata.Tengo en la boca su coriáceo sabor.Después, cede un tanto la presión en el cuero cabelludo, poso el pie libre en el suelo, pero sólo un momento: el torso y las caderas se despegan otra vez de la tarima. La pierna que no está atada al cuerpo se eleva. Me hallo suspendida a más de un metro del suelo. Formo un arco. Todas las cuerdas se tensan; por un instante, estoy convencida de que mi humanidad va a estallar, a partirse en mil trozos palpitantes. Trozos que caerán sobre la tarima.Maestro devorará los pedazos más exquisitos, antes de exhortar a sus invitados a compartir tan delicioso manjar.¡Descuartícenme, cómanme!, clama mi cuerpo.Las sombras se apoderan del salón.Excepto un pequeño reflector que me ilumina.Llega el orgasmo.No lo oculto: lloriqueo, gimo, bramo. Enseño los dientes como un caballo al que examinan en una subasta.No es mi voz lo que se abre paso a través de la niebla espesa que me envuelve, es un desgarro de loba en celo, de yegua penetrada. Un alarido de criatura en perfecta comunión con sus vastedades.Trato, al mismo tiempo, de permanecer inmóvil. Intuyo que eso es importante para mi Maestro. Siento a Maestro Yuko latir dentro de mi cabeza como una presencia indiferenciable de mí misma. Somos un mismo líquido, descargas químicas, electricidad, amaneceres. No lo escucho, pero sé lo que quiere. Él, por su parte, me conoce como si yo hubiera salido de su vientre.Un murmullo de admiración brota de los presentes. Mi frente apunta al techo, no puedo verlos, pero puedo sentir que se han acercado para contemplar a gusto la obra de arte de Maestro Yuko. Una mezcla de excitación sexual y estética, una armonía musical llena el ambiente. Puedo sentirla con absoluta claridad. Penetra en mi garganta como un árbol candente. Recorre mis intestinos como el tañer de una campana milenaria. Todos se agrupan alrededor de mi cuerpo desplegado como un artefacto de diseño, como una escultura fabulosa, como el producto de una habilidad milagrosa y prohibida. Como una puerta mitológica. Como un ave de fuego.Los japoneses intercambian frases en su idioma. También escucho palabras en castellano, en catalán. Nadie me toca. Sus voces me acarician el alma.Quiero ser las baldosas que pisan, la luz que los alumbra, los cojines sobre los que se sientan, el aire que entra en sus pulmones.Mi sexo escupe contra la tarima.¿Qué siento?Inocencia.Soy la Diosa de la Inocencia.”

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