Mi Tio El Ranchero (12 Parte)

Mi Tio El Ranchero (12 Parte)
DOCEAVA PARTE

Tanto mi papá como Carlos eran sólo un par de fardos tirados sobre la cama. Mi papá boca abajo y el otro, boca arriba. No eran muchas las expectativas que se podía poner sobre ellos en esos momentos. Sólo se oían sus respiraciones ir de mayor a menor conforme pasaba el tiempo, y yo los observaba. Yo no era muy sentimental que digamos, pero se me hizo muy lindo verlos juntos, ahí y así como estaban, desnudos y exhaustos por haber cogido entre sí. Hacía a penas unos días que ni siquiera se dirigían la palabra y ahora, el semen del hijo estaba adentro del padre… ¡semen!… ¡es cierto!… mi papá no había eyaculado. Tomé el asunto como tarea personal. Me acerqué hasta su oído y lo llamé un par de veces, pero nada. Insistí. Qué estupidez despertarlo para decirle que no había eyaculado, pero bueno, no se me ocurrió otra cosa a esa edad. Hasta que:

– ¡Pá!…
– ¿Mm?… ¿qué pasó hijo?
– Que no eyaculaste Pá. ¿No quieres que te ayude?… nomás date la vuelta y yo te la hago solito…

Se rió y dejó caer de nuevo la cara sobre el colchón. “¿No quieres Pá?”, y se volvió a reír con los ojos cerrado. Y así, sin abrirlos, me dice con la media sonrisa que le alcanzaba a ver:

– No te preocupes por eso… duérmete tranquilo…
– ¿Seguro Pá?…
– Seguro mi amor… ya acuéstate… ¿dónde está tu hermano?
– Atrás de ti, pero… ya Descansa En Paz (se volvió a reír). Oye…
– Mm…
-¿Al ratito te pasas a mi cama para que me abraces?
– Claro que sí hijo, orita te alcanzo, nomás deja recuperarme tantito.
– Bueno Pá. Te quiero mucho.

Quise darle un beso en los labios, como en las películas. Pero su boca estaba prácticamente pegada al colchón, así que se lo planté en la frente todavía sudada. Me fui a mi cama y ya fuimos 3 los muertos para el mundo. Yo quería esperar a que mi papá se pasara a mi cama, pero el sexo hace milagros, porque me dormí nomás puse la cabeza en la almohada.

La magia terminó a la mañana siguiente. Cuando desperté se habían ido a caminar ellos dos. Me dejaron una nota de que nos veíamos en el restaurante de la playa. Todavía nos quedaba medio día, ok, pero yo ya tenía una sensación desagradable porque nada se podría repetir ya. Porque ya nos íbamos. Cuando estábamos arreglando de nuevo el equipaje, mi papá se dio cuenta de la melancolía que traía yo atravesada, así que se sentó en mi cama junto a mi maleta. Me dice: “Hijo, no quiero ver esa carita. No estés triste. Acuérdate que a penas está empezando la aventura de los tres y tenemos todo el tiempo por delante”. No le contestaba nada, sólo asentía. Hasta que me dice: “¡Ya sé!… ya sé cómo quitarte esa carita: ¡el viernes por la tarde nos vamos al rancho!… ¿no quieres invitar a Carlos?”. Y dicho y hecho, en cuanto recordé lo del rancho, se me volvió a llenar el alma de contento, lo abracé y me dejé caer encima de él y jugamos en la cama y ahora sí le planté un gran beso en los labios, que no pasó de ser un beso juguetón.

En el camino de regreso, es decir, en el vuelo de regreso, veníamos: mi papá en el pasillo leyendo el periódico, yo al centro y Carlos en la ventanilla porque lo echamos a la suerte y ganó. Yo iba viendo a través de la ventana desde mi asiento, pero luego me le quedé viendo a Carlos, que tenía la vista perdida en la inmensidad del horizonte. Carlos no era feo. Al contrario, era un tipo muy guapo, de quijada cuadrada y potente, barba cerrada a su edad, ceja gruesa y poblada, con ojos negros y profundos, muy bonitos. Sin olvidar los labios rojos y encarnados… pero… ¡esos pinches lentes!… Así que me puse a trabajar de nuevo. Volteé hacia mi papá y le digo:

– Apá, voy a necesitar más dinero… ¡y bastantito!…
– ¿Ah sí?… ¿y como para qué lo quieres?… (Sin quitar los ojos del periódico)
– Para comprarle lentes de contacto a Carlos y tirar a la basura esos que trae.

Por fin retiró los ojos del periódico y volteó a ver a Carlos por encima de mí. Lo observó unos instantes con detenimiento y sin voltear a verme, volvió a meter la nariz en su periódico y me dice: “Hecho. Mañana mismo te doy un cheque en blanco y te deshaces de inmediato de esos pinches lentecitos”. Trato cerrado. ¡ESE ERA EL PAPÁ QUE SIEMPRE QUISE! Y ya que me había dicho eso, lo vi sentado de mucha pierna cruzada y recordé algo muy peculiar. Me acerqué lo más que pude a su oído y con la voz más baja posible, le pregunté: “¿No te duele tu colita?”. Se le salió el aire de la risa por la nariz, pero sin quitar los ojos del periódico; contestó que sí con la cabeza. Luego se inclinó sonriendo ahora él sobre mi oído y me dice: “Pero duele delicioso…”. Fin de la plática.

Los días previos al viernes pasaron muy rápido. Primero, porque todos teníamos actividades propias; y segundo, porque estando en casa no era posible que pudiéramos hacer nada de nada. El martes esperé a Carlos a la salida de la escuela para ir a la oficina de mi papá por el cheque. Él no quería los lentes, pero como siempre, se hizo mi voluntad. Estábamos en la sala de espera del oftalmólogo, los dos solos, no había recepcionista. Así que me di a la tarea de:

– Bueno Carlos… ¿y porqué chingados no quieres ir al rancho con nosotros?
– Ya te dije chaparro: estoy muy atrasado en el trabajo del laboratorio.
– ¿Nada más por eso?
– ¿Pos qué más quieres, baboso?
– Y con las calificaciones que has tenido toda tu vida… ¿no te puedes dar el lujo de fallar por lo menos una vez?…
– No chaparro. Acuérdate que necesito buen promedio para sacar la beca en la universidad.
– Carlos. Te tengo una noticia…
– ¿Cuál?
– ¡Tienes un papá rico!, ¿no sabías?… ¡Vamos al rancho, menso!
– ¡Que no, necio!… Y no insistas que no voy a ceder.

– Ok. Ya no voy a insistir (hablando en voz muy baja, como rezando). Ya no te voy a decir ni madres. Nomás que tú te lo vas a perder, ¡y todo por baboso! Ya ni te voy a decir que mi papá se vuelve bien buena onda en el rancho, además, como que con el calorcito se pone mucho más cachondo que en la playa. Ok. Tú te lo pierdes, porque lo que soy yo, me la voy a pasar a toda madre y las dos vergas van a ser para mí…

– ¿Cuáles dos vergas, a****l?
– La del tío y la de mi apá.
– ¡El tío!… ya no me acordaba… oye chaparro, ¿entonces sí hiciste cosas con el tío?
– Si quieres saber, ven con nosotros al rancho y lo vas a ver con tus propios ojos.

Se me quedó viendo con esa mirada de lujuria recién echada a andar y ya no hago la historia más larga. Accedió a ir y quedaron de entregar los lentes nuevos la semana entrante.
¡POR FIN VIERNES!… ¡y por fin en la carretera!… con rumbo bien definido al rancho. Mi papá al volante, yo de copiloto y Carlos atrás con la nariz metida en un libro. Ya que estábamos en la autopista cerramos las ventanillas y di formal inicio a la charla. “¿Sabes cómo convencí a Carlos de que viniera con nosotros al rancho, Pá?”. No me contestó, sólo empezó a reírse y volteó a ver a Carlos a través del espejo retrovisor, y dice: “¿Qué?… ¿ora no le vas a gritar a tu hermano para que se calle?”. Se oyó la risa de atrás y dice: “¡Pues ya qué!… después de lo de la playa, no veo qué secretos pueda yo tener para ustedes… ya cuéntale… enano cabrón…”. También iba de muy buen humor mi hermano, pero le daba trabajo mostrarlo tal cual. Proseguí: “Le dije que sería un menso si no venía con nosotros, y que iban a ser para mí solito las dos vergas… digo, la tuya y la del tío…”. Mi papá se rió, volteó a verme y como si fuera un perrito moviéndole la cola, nomás estiró la mano para sacudirme el pelo. No dijo nada. Se quedó callado un rato y adiviné que quería “el micrófono”. Finalmente inició plática, viendo a través del espejo:

– ¿Oye Carlitos?…
– ¡Nooooo papá!… ¡no la chingues!… jah jah jah…
– ¿Perdón?…
– Que ya ni la amuelas…¡¿cómo que “Carlitos”?!… vamos a dejarlo en ‘Carlos’… ¿sale?
– Ok… ¡CARLOS!… (Sonriendo)
– Dime.
– ¿No te importa si te hago preguntas personales enfrente de tu hermano? Digo, es que me gustaría que los tres tuviéramos la misma confianza con los otros dos y…
– ¡Venga!, que ya vi que sí se puede confiar en este cabrón chaparro.
– Bueno. Oye, el otro día en la playa antes de venirnos, nos quedamos con una charla a medias.

Carlos cerró el libro de golpe, lo aventó de lado y se dejó venir a recargarse en el respaldo de nuestro asiento, quedando justo en medio de los dos. En esa época, los carros tenían asiento delantero con respaldo corrido aún, de lado a lado.

– ¿Una plática a medias?… ¿cuál?…
– Que te pregunté que dónde… o cómo habías aprendido TAN BIEN las artes del sexo…
– ¡Ah eso! Es que empecé desde bien chiquito, jefe. Ustedes pensaban que yo me la pasaba jugando con mi laboratorito de química, pero la verdad es que desde chiquito fui bien caliente.

– ¿En serio?
– ¡Y muy en serio!
– Pero bueno, eso no lo pudiste haber aprendido de chiquito… ni solito…¡¿o sí?!…
– Claro que no apá, pero por algo se empieza.
– Ah… ¿y se puede saber con quién empezaste?… si no es mucha la indiscreción…

Carlos se quedó viendo hacia el frente, pensativo. Así recargado como estaba en el respaldo, se las arregló para poderse morder las uñas unos instantes y dice:

– Pues es que se supone que es secreto…
– Ok, está bien. No hay problema. Si no lo quieres contar… por mí está bien…
– ¡No!… No es que no quiera, jefe… es que…
– Es que, ¿qué?…
– ¿Me juras que no te enojas si te cuento?
– Perdón hijo, pero no te puedo jurar eso. Si alguien te hizo daño, por supuesto que me voy a enojar y…
– No no no no no no… ¡para tu carreta!… nadie me hizo daño ni nadie me forzó a hacer nada. ¿No decían que yo era muy inteligente?… ¡ah bueno!, mi inteligencia la usaba para todo, no nada más para la escuela…
– ¿Entonces?…
– Bueno, les voy a contar, pero me tienes que dar derecho de réplica apá, digo, en caso de que te enojes…
– Concedido. Venga.

Carlos se dejó caer hacia atrás y quedó recargado con las manos entrelazadas sobre la panza y las piernas muy abiertas. Empieza:

“Pos la verdad es que la cosa empezó con Joaquín. Sí, el mismo Joaquín que ha ido a la casa desde que estábamos bien chavitos. Empezamos jugando a jalárnoslas juntos, luego intercambiamos manos, y nos poníamos metas de que, por ejemplo, el que hiciera primero una fórmula de química o de álgebra, ganaba y el otro se la tenía que jalar un ratito y jueguitos así. Pero fuimos creciendo y las jaladitas ya no eran suficientes, así que un día, sin pensarlo me metí su verga en la boca y me gustó. Luego él probó con la mía y también le gustó. Así fuimos evolucionando hasta que… como a los 12 o 13 años… una vez que llegué a su casa a dormir, nos encerramos en su recámara a siete candados y me enseñó todo emocionado una revista con fotos de hombres besándose con hombres, al principio, pero ya al final, venían fotos de hombres, ya acá, bien ensartados unos con otros, así que lo intentamos. A nadie le interesó saber de dónde salió la revista, pero la verdad es que fue un anzuelo y lo mordimos… ¡espérame jefe!… déjame hablar. Ah pos sí, les decía… enseguida nos encueramos y nos pusimos a hacer lo mismo que venía en la revista: Joaquín se abrió de patas y yo le quise meter la verga enseguida, pero la realidad fue muy diferente a como se veía en la revista, a los dos nos dolió un chingo, así que nos quedamos pensando, tratando de averiguar qué había fallado, y al pendejo del Joacas se le salió decir: ‘Ya sé… le voy a preguntar a mi papá cómo se le hace’. Ya entrado en la calentura se le salió y pos ya tuvo que terminar de contarme, y fue que desde el mismo tiempo que él y yo habíamos empezado a jugar con nuestras vergas, él empezó a jugar a lo mismo también con su papá… ¡y no me vayas a decir que esto te escandaliza papá!… porque tendría un par de cosas qué recordarte… jah jah jah… así que prosigo. Esa misma noche asaltamos al papá, porque la mamá se había ido de parranda. Siempre fue bien borrachita su mamá. Nos metimos a su recámara

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