Una tarde con Susanna (I)
“¿Qué tal si te pasas esta tarde y vemos una película de las buenas?” La verdad es que no podía negarme a semejante invitación por parte de Susanna. Ya habíamos quedado unas cuantas veces antes, y la verdad, su manera de ser, su conversación, sus golpes de humor, y sobre todo su belleza… hacían que una tarde en su compañía ella se hiciera muy corta. Siempre me quedaba con ganas de más.
Así que me planté puntual como un reloj en su casa, con una bolsa de chucherías, y unos pocos DVD’s de títulos selectos. Cuando me abrió la puerta, sonrió ampliamente, me dio un beso en la mejilla y me invitó a pasar. La elección de la película fue tarea fácil, pues traje “El tesoro de Sierra Madre”, con Humphrey Bogart, una de sus debilidades. Eso se llama apostar a caballo ganador.
Así que allí estábamos, una tarde fría de invierno, viendo una película antigua. No se si Susanna estaría muy atenta a la película, el caso es que yo estaba más concentrado en aquella situación más que en cualquier otra cosa. De hecho, ella había apoyado su cabeza en mi hombro y podía sentir cómo respiraba lentamente, lo suave y lo bien que olía su pelo… Fue algo instintivo el que intentara cogerle la mano, a lo que ella respondió entrelazando sus dedos con los míos y apretándolos fuertemente. Estaba en la gloria ¿Qué más podía pedir? No se cuanto tiempo pasamos así, pero cuando levantó su cabeza de mi hombro, me giré para ver lo que le ocurría. No tengo palabras para describir esa mirada profunda que me estaba dedicando, con esos ojazos oscuros tan preciosos que tenía. Se fue acercando lentamente hacia mí, y me besó los labios. Pero lo hizo muy poco a poco, como si estuviera saboreando del momento. Pude disfrutar de la calidez y la suavidad de su boca, de ese tacto resbaladizo de su lengua que jugueteaba con la mía. No había prisa, ambos estábamos concentrados en hacer de esos besos algo único; me encantaba que Susanna mordisqueaba picaronamente mis labios, y sentía cómo lo que más le gustaba a ella que recorriera con mi lengua sus labios que no paraban de pedirme más.
La intensidad fue creciendo, hasta el punto que ella se sentó encima de mí y continuó besándome, cada vez más apasionadamente. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, levantando mi camisa para recorrer mi barriga y mi pecho. Mientras Susanna jugueteaba con mis pezones, yo le mordisqueaba el cuello, cosa que le ponía cada vez más caliente, por cómo se apretaba contra mi.
Las manos de Susanna llegaron hasta mi cremallera, la bajó y dejó salir mi polla que llevaba ya un buen rato reventando los pantalones. Entonces ella se separó de mi un poco, y con una sonrisa pícara, se bajó también su cremallera, dejando al aire una polla tan dura y tiesa como la mia. Juntó nuestras dos pollas, y con una mano nos empezó a masturbar a los dos a la vez, mientras continuaba con su ritual de besos que cada vez me ponían más y más cachondo.
Me encantaba lo que nos estaba haciendo, con su hábil mano, masturbándonos los dos a la vez, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa. Estaba claro que con semejante nivel de excitación, poco más iba a aguantar sin correrme, así que me dejé llevar por esa lengua que recorría toda mi boca, ese dulce sabor de su saliva, las embestidas que daba con su mano a nuestras pollas juntas a punto de reventar.
Empecé a correrme. El semen comenzó a salir disparado, pero notaba que ella estaba gimiendo más de lo normal. Sus ojos empezaron a voltearse. Susanna también se estaba corriendo a la vez que yo. Por la cantidad de leche que caía sobre mi pecho debía de ser una gran corrida, a la que había que sumarle la mía, y es que la paja que nos estaba haciendo a ambos no paraba de sacarnos semen a ambos. Ella juntó su pecho contra el mío, y sentí como el esperma caliente empapaba nuestros pechos, que temblaban aún del orgasmo conjunto que habíamos tenido.
Susanna me miró, sonrió, y con un dedo empezó a recorrer juguetonamente mi pecho, mojándoselo de la mezcla de nuestro semen. Se lo llevó a la boca, y fue recogiendo el esperma con la lengua con una inmensa expresión de placer. Volvió a repetir lo mismo, pero esta vez, el dedo me lo llevó a mi boca, que acepté con el mismo placer que ella. Se dedicó a recoger poco a poco la leche que corría por nuestros pechos, y a repartirla entre ambos. Y para finalizar, un cálido, largo y profundo beso que hizo que todo ese agradable sabor que tenía en mi boca se mezclara en su boca. Nuestras lenguas se entremezclaron durante varios minutos, mientras pensaba que había tenido el orgasmo de mi vida con Susanna.
“¡Anda! Vamos a la ducha, que nos hemos puesto perdidos”
[Continuará]