Las vacaciones en el valle de Parabachasca III

Las vacaciones en el valle de Parabachasca III
Ya les conté como se fue dando la relación en unas vacaciones en una casa en el tórrido verano cordobés. Dos universitarias de poco más de veinte años, la dueña de casa de unos sesenta y esta cuarentona.

El calor no cedía y gran parte del día lo pasábamos en el rio, ayudábamos en sus quehaceres a la dueña de la casa, y se creó un vínculo entre las cuatro, por las noches el dibujo posando alguna de nosotras, hacía divertido el día. La idea era pasar una semana alejadas de todo.

Así las cosas en sucesivas charlas las cuatro desnudamos nuestras almas y nos contamos cosas muy íntimas, las universitarias su lesbianismo, la dueña de casa las vicisitudes de la vida que la había llevado a ese recóndito lugar. Yo mi bisexualidad, sin contar que una noche había tenido sexo con las universitarias.

Al tercer día, más o menos, mi relación con la dueña de casa se fue estrechando, casi seguro por una afinidad etarea. Por la noche nos quedábamos luego de la sesión de dibujo en la galería de la casa conversando, así me contó de su frigidez y que no podía superarla. Su vida sexual había sido intensa, pero desde hacía unos años, había caído en la rutina.

En un momento fui a buscar los elementos para decorar mis uñas, esmalte, alicate, y ella se ofreció a hacerlo. Acercó un farol a la mesa y comenzó con mis manos, ambas estábamos cubiertas sólo con un pareo, que apenas disimulaba nuestras desnudeces. Mientras me hacía las manos mi piel se erizó y mi flujo vaginal aumentó, cuando terminó me dio un masaje con parafina en mis manos y mi cuerpo se estremeció.

Luego puso mis pies en una banqueta y repitió la tarea con las uñas de los pies, sin duda vería mi pubis y confieso hice poco para cubrirlo, todo lo hizo en silencio, interrumpido por el ruido de la noche. Cuando terminó me dio un masaje enérgico en mis pies y mis piernas, sin tocar mi sexo.

Mi transpiración era abundante y olorosa, le dije que me quería bañar. La luz de la luna llena iluminaba la casa como un sol, con lo que decidí ir al rio, ella me siguió de cerca. Me saqué el pareo y me metí desnuda en el agua, que no sé porque escurría muy lentamente.

La calidez de la misma medió paz y solaz, mi mente empezó a volar y me imaginé teniendo sexo con ella , cerré mis ojos y empecé a refrescar mi cuerpo con mis manos, cuando los abrí ella estaba próxima a mí.

Le tendí mis brazos y no obtuve repuesta, parecía petrificada, me acerqué con el agua a mi cintura, dejando ver mis tungentes senos. Ella bajó la vista y se dio vuelta, la tomé con suavidad de sus hombros sin ver su rostro y comencé a masajear su cuerpo.
Así de espaldas sin verla recorrí con mis manos todo su cuerpo. Ella no decía nada y e iba aflojando su rigidez sin emitir sonido.

Le besé cuello y espalda, mis manos encontraron su ardiente vagina, que aún en el agua fluía con intensidad.

En medio de la nada, en una piscina natural de un recóndito rio cordobés, sin verle la cara estaba masturbando a una sexagenaria, mi cuerpo excitado daba órdenes a mis labios y mis manos, nos habíamos puesto en un lugar donde el agua nos llegaba a la altura de la parte baja de nuestros glúteos.

Su cuerpo empezó a estremecerse, un grito descontrolado rompió el silencio de la noche, un deseado orgasmo la hizo llegar a la hipseidad. Su cuerpo se aflojó y en unos segundos se puso a llorar, sacó mis brazos de su cuerpo, y sin mirarme salió del agua, tomó su pareo y desnuda corrió a la casa.

Quedé confundida y excitada y una rutinaria masturbación me dejó satisfecha.

Volví a la casa, golpeé su puerta, no me constestó.

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