Internet

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Lilí fue aprendiendo con el tiempo a manejar las ausencias de Beto, con sus veinticinco años, tres hijos, dos de ellos procreados con él y su figura esbelta y bien conservada, había descubierto el divertido mundo de los encuentros por internet. Inicialmente se había limitado a chatear con sus contactos, y las pláticas subían de tono en la medida que ella iba dejando ver sus deseos insatisfechos. Conocía perfectamente el efecto que causaba llevar esas pláticas a los temas que apasionaban.

La anécdota de su infidelidad con un amigo de Beto estando él en casa era algo que a la vez de divertida era excitante. Imaginar la reunión de los tres en su pequeña vivienda, bebiendo y platicando, el intercambio de miradas entre ella y Salvador, el supuesto mejor amigo de Beto, los efectos del alcohol en la condición de su marido hasta dejarlo profundamente dormido, el cargarlo hasta la recámara (versión que ella así contaba) y tratar de acomodarlo en la cama de tal forma que les dejara espacio para entregarse a sus deseos de ya comprometidos con sus miradas y el cinismo de aquella pareja que teniéndolo junto se entregaban uno al otro, no dejaban otra opción que desearla. Así lo sabía y así lo relataba, para provocar la oportunidad de tenerla.

Aunque la vivienda que habitaba era parte de la casa de la abuela, sabía que Beto era más bien un arrimado y de peor manera se sentía Lilí en ese departamentito.

Así, encerrada en esa casa, donde las únicas salidas que podía realizar sola eran a la tienda de la esquina a comprar algo que no hubieran comprado Beto y ella en el Walmart (donde solían surtir la despensa), su única diversión eran los chats de internet. Y de esta manera su vida dejó de ser monótona y aburrida.

Esperando sin desesperar el regreso de Beto después de sus giras laborales. Cocinaba, lavaba, planchaba y veía telenovelas. Reservada como era, le costaba trabajo entablar amistad con otras madres de familia. Le daba vergüenza que supieran que no todos los hijos eran de Beto y que no sabía ser madre, porque nunca tuvo una madre que le hubiera dado el ejemplo. No tenía consejos que compartir ni estaba en disposición de hacerlo.

El tiempo libre del que disponía y la soledad en la que vivía la fueron llevando cada vez más lejos. Era divertido conocer gente de muchos lugares del país y jugar con ellos al erotismo.

Las pláticas picantes, se hicieron obligadas en cada nuevo contacto, la anécdota de Salvador no podía faltar, y después el intercambio de fotos, que más bien era unidireccional, entregando las imágenes de su hermosa y sensual figura. Con la cámara que negoció con el tío Vicente se retrataba en las posiciones que le solicitaban. En ese mundo ella era no sólo aceptada, era deseada, no había juicios, no había castigos, era la dicha de ser ella sin recriminaciones.

– ¿Y a qué te dedicas? – preguntaba Pablo, su nuevo contacto, por el chat.

– Pues a cuidar a mis hijos ahora que mi esposo no está.

– ¿Te tienen tan solita estando tan chula?

– Sí, ¿tú crees? Solita y aburrida.

Y la plática discurría luego pasando del aburrimiento a las maneras en que se le podría combatir, los placeres que había al alcance, e indefectiblemente llegaban al sexo, qué tan frecuente, de qué forma era más excitante, las experiencias y lo que más le agradaba a Lilí comentar, las expectativas.

Ahí era cuando el intercambio visual se presentaba. ¿Qué harías conmigo si estuviera así junto a ti? ¿Tú crees que estoy muy flaca? ¿A poco te gusto? Y muchas otras preguntas de ese tipo hacía después de enviar o presentar cada foto mostrando su cuerpo desnudo.

Las respuestas eran las esperadas, y Lilí se sentía poseída en cada una de las posiciones que le mencionaban, se masturbaba con ellos mientras compartían sus mutuos deseos por el chat, y terminando su sesión tomaba un baño y se disponía a salir por los niños a la escuela.

Como nadie se metía a su departamentito, con el tiempo Lili se dio valor para realizar acciones más atrevidas. Ya no sólo era el chat, ni las fotos. Ahora la webcam hizo su aparición. El chat se hizo más animado aún, más intenso. No había que esperar a enviar o recibir fotos, era en forma instantánea como compartía imágenes y sensaciones.

– ¿Quieres me quite el brasier? – preguntaba con inocente malicia

– Sí, pero despacito.

Lilí escuchaba la solicitud, y sabía que Luis, el restaurantero , no estaba solo del otro lado de la cámara, pero en realidad no le importaba, por el contrario, le excitaba saberse observada por varios, fingía no darse cuenta, y accedió obediente a esa orden.

– Uff, que rica te ves mamita – fueron las palabras del restaurantero.

– Gracias, ¿te gustan mis tetas? Están chiquitas.

– Me encantan bebé, tócatelas.

Y Lili se mojó las puntas de sus dedos con la lengua para después rozar con delicadeza los pezones, mirando a la cámara sugestivamente.

– ¿Así?

– Así mero, putita ¿no te importa que te diga putita?

– No, al contrario, me gusta que me digan así.

– Ahora baila para mí mientras te quitas esa tanguita.

Lilí bailó contoneando su cintura, girando lentamente y de espaldas a la cámara deslizó su tanga, para luego volver a quedar de frente con la mano cubriendo su sexo.

– Muéstra tu panocha, y métete un dedo.

Lilí sabía que no podía dejar de obedecer, una energía interna la impulsaba a mostrar todo, a seguir las instrucciones que le daban, su vagina escurría de excitación. Se metió primero un dedo y después otro, buscó cómo acomodarse para mostrar a la webcam su vagina abierta, pidiendo ser penetrada.

– Así me gusta puta, que te entregues, ¡mastúrbate!

Los dedos de Lilí acariciaban su clítoris mientras que ella alzaba ligeramente su cadera, sabía que del otro lado de la cámara la observaban y muy seguramente la acompañaban en su masturbación. Imaginaba a Luis y sus amigos viéndola alrededor de la computadora y ella gustosa se ofrecía para ser usada, para ser su puta.

– Sigue, sigue – Le ordenó Luis al tiempo que su verga estallaba.

Los gemidos ahogados de placer de ambas partes de la cámara se escucharon, el orgasmo se produjo y el desvanecimiento momentáneo de sus cuerpos no se hizo esperar. Lilí se recostó en la cama donde se había sentado para mostrarse, y por unos minutos no hizo nada. Después se levantó, se acercó a la cámara y preguntó:

– ¿Te gustó?

– Sí bebé, estuviste muy bien, eres una putita muy obediente.

– Bueno, ya me tengo que retirar, mañana tengo que llevar a los niños a la escuela temprano.

Y enviando un beso por la cámara, apagó la transmisión y la computadora. Tomó un baño y muy relajada se acostó junto a su bebé de 8 meses. Mañana iba a salir con alguien de Internet por primera vez…

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