Ana y el mecánico de barrio

Ana y el mecánico de barrio
Ana y el mecánico de barrio

Un par de meses después de casarme con Anita, descubrí por fin que su condición de ninfómana no tenía solución.
Por más que cogiéramos toda una noche en una maratónica sesión de sexo salvaje, ella nunca quedaba satisfecha.
Lloraba diciendo que su concha seguía en llamas y que necesitaba más y más verga…

Por mi parte, me excitaba terriblemente pensar que alguien le pedía hacerle la cola y que ella se la entregaba con gusto; a mí me la entregaba siempre, pero decía que quería una verga más grande que le maltratara la cola…

Una mañana, antes de ir a mi oficina, tuve que llevar el auto al taller mecánico. El dueño era Ricardo, vecino y amigo desde la adolescencia.

Ricardo tenía mi edad, era un tipo extremadamente fornido; tenía aspecto de un tipo un poco rudo y una personalidad algo hosca. Pero siempre me había llevado bien con él.

Esa mañana tenía demasiado trabajo acumulado en el taller, pero me prometió que esa misma tarde arreglaría mi auto y me lo alcanzaría a mi casa.

“Así de paso, saludo a tu mujer” Me dijo mientras sonreía.
Le agradecí, un poco sorprendido por la mención de Anita.

Mientras me dirigía a mi oficina, sospeché que Ricardo le tenía ganas a mi esposa y fue entonces que en vez de enojarme, me imaginé a ella mostrándole la cola desnuda y eso me excitó terriblemente, al punto que empecé a sentir una fuerte erección.
Al llegar a la oficina fui directamente al baño y me masturbé frenéticamente imaginando como Ricardo con una actitud brutal le destrozaba el culo a mi esposa y además, a ella le gustaba.
Como un juego empecé a planear cómo hacerlo. Imagine miles de formas, lo que me ponía cada vez más caliente. Interiormente sabía que no me iba a animar a hacer nada, pero me excitaba pensarlo.

Regresé temprano a casa y antes de que anocheciera, Ricardo vino para entregarme el auto arreglado. Sin pensarlo, lo invite a pasar y a tomar algo para agradecerle el favor.
Sabía que Ana llegaría en cualquier momento con sus calzas de gimnasia y quería ver su cara de deseo cuando la viera.

Ricardo se sentó en un sillón del living, preguntando por mi esposa, a lo que respondí que estaba por llegar. Entonces comentó:
“Si no es problema para vos, podría esperarla para verla” Dijo riéndose.

No dije nada, solo sonreí también. Eso lo animó a seguir.
“Porque la verdad, no lo tomes a mal, pero tu mujer tiene un culo infernal, da gusto mirarlo” Dijo, dejando aflorar su lado más rudo.

Una reacción normal hubiera sido de bronca y echarlo de mi casa por desubicado, pero no, en vez de eso, me calentó tanto escucharlo que me produjo una erección inmediata. Por mi silencio y expresión se dio cuenta que tenía vía libre para seguir.

“A tu mujercita le gusta mostrarlo, siempre camina con la cola parada”.
“Que suerte la tuya de meterla en ese culo… porque ese culo se lo estás haciendo bien, no?”. Preguntó con una sonrisa cómplice.

“No, a ella no le gusta demasiado por la cola”. Respondí con cierta culpa.

“Cómo no le va a gustar, flaco, a todas las minas le gusta por el orto, no te puedo creer que no se lo partiste todavía. Yo soy un especialista en abrir culos, cuando quieras una mano me avisas y listo” Dijo riendo.

Apenas terminó de decir eso apareció Anita en la puerta, que mostró sorpresa en su cara al ver a Ricardo a esa hora en nuestra casa, pero noté que no le disgustaba, ya que se acercó sonriendo a saludarlo.

Ricardo la miró detenidamente de arriba a abajo. No era para menos. Estaba vestida solo con una remera blanca y con unas calzas bien ajustadas que le marcaban terriblemente la cola.

“Voy a servirme algo para tomar; estoy muerta de sed” Dijo mi esposa, mientras se dirigía hacia la cocina moviendo sensualmente la cola.

“Te calienta que me guste ese culo, no?”. Me preguntó Ricardo intuyendo lo que me pasaba. No dije palabra, solo asentí con la cabeza.
Ya estaba entregado. Mi calentura era muy fuerte.
“Te gustaría ver cómo le rompo el culito a tu mujercita?” Susurró.
Volví a asentir.

En ese momento volvió Ana, preguntando de qué hablábamos.

Ricardo me miró fijo y muy sueltamente le respondió.
“De tu cola”.
Ana me miró desconcertada mientras parecía no entender nada.

“No te pongas mal nena, solamente le decía a tu esposo que tu cola es espectacular y además él me dice que casi está virgen…”
“Te parece que podría dolerte si te la hicieran? Prosiguió Ricardo.

Ana asintió, con una expresión en la cara un poco excitada.

“Yo te puedo asegurar que haciéndolo bien no duele, al contrario te va a gustar. Le decía a tu marido que gracias a la experiencia que me dan los años soy un especialista en abrir colas vírgenes”. Insistió Ricardo, acariciándose ya sin disimulo su verga dura por encima del pantalón.

Sentí que Ana ya no podía hablar de la calentura que tenía, dije:
“Ella tiene el hoyito demasiado estrecho y siempre le duele”

“A ver nena, quiero ver ese culo divino” Le pidió Ricardo.

Ana caminó unos pasos y, de espaldas a nosotros, comenzó a bajarse las calzas. Pude notar que ella parecía asustada por la forma agresiva en que él se lo ordenaba. Me miró como buscando ayuda. Pensé en parar todo pero el cuerpo me pedía más, así que le hice un gesto para que continuara.
Entonces ella se quitó las zapatillas y siempre de espaldas a nosotros se sacó las calzas, dejando ver una diminuta tanga blanca metida en la raja de su cola.

En un segundo Ricardo estaba detrás de ella, con su enorme y dura verga en la mano. Yo me puse de frente para no perderme nada y saqué mi pija dura, comenzando a acariciármela despacio.

“Nena, a tu marido le gusta hacerse la paja mirando tu cola; le gusta que seas una putita y que te dejes romper el culo por un hombre verdadero”.

Ana dio vuelta la cara para mirarnos y se mordió el labio inferior.

“Que culo duro, Anita… de veras está virgen?”.
Mientras preguntaba eso, le metió un dedo en el hoyito.
Anita dejó escapar un grito de sorpresa.

“A tu marido le podrás mentir pero a mi no, este culito ya está muy abierto para ser virgen” Dijo Ricardo, insertándole un segundo dedo.

Ana me buscó con la mirada y dijo lo que nunca imaginaría.
“Perdón…”

“Ah, pero que puta resultaste, así que no le entregabas el culito a tu marido pero ya te lo rompieron otros por ahí” Se rio Ricardo…

Yo estaba sorprendido de no estar enojado. Al contrario, me excitaba la idea de saber que era un cornudo y que el culo de Ana era virgen.

“Vamos arriba, nena, quiero romperte ese culo ya mismo”. Dijo Ricardo.

Cuando llegamos al dormitorio, le ordenó a Anita que se pusiera en cuatro patas sobre la cama. Mi dulce esposa se acostó boca abajo, escondiendo la cara en la almohada.
Ricardo se arrodilló detrás de ella y me pidió algo para lubricarle el ano.

Del baño traje un pote gel lubricante y ese turro se dedicó a untar la estrecha entrada anal de mi esposa y la gruesa cabeza de su verga.

“Ahora, flaco, vas a pedirme por favor que le parta el culito a tu mujer”.
Me miró fijo, mientras le golpeaba las nalgas con esa enorme verga.
Yo no decía nada, había quedado mudo, con mi verga durísima.

“Ana, hasta que el cornudo de tu marido no me lo pida, no te la meto”.

Ana me miró suplicante y me rogó que se lo pidiera…

Por favor, Ricardo, quiero que le hagas la cola a mi mujer” Susurré.
“No le voy a hacer la cola… le voy a romper el culo!” Dijo riéndose.

Entonces vi cómo le metía esa gigantesca pija en el culo a mi esposa hasta casi la mitad. Ella pegó un grito agudo y trató de escaparse hacia adelante, pero Ricardo la sostuvo por los hombros y la inmovilizó, mientras empujaba contra las caderas de Anita y le metía totalmente su dura verga hasta el fondo.
Ella entonces dio otro fuerte alarido de dolor, pero luego comenzó a hamacarse, mientras parecía gozar de la brutal penetración.
Ricardo le entraba con todo, sin demostrar piedad. Rebotaba en la redonda cola de ella. La tomó por las tetas, mientras la atraía hacia él. Era una verdadera máquina cogiendo.
Ana solamente gemía entrecortadamente, dando de vez en cuando algún pequeño grito de dolor.

La tortura continuó por varios minutos, hasta que sorpresivamente vi que mi esposa levantaba la cabeza y comenzaba a temblar mientras dejaba escapar un prolongado gemido de placer, señal de que había alcanzado un intenso orgasmo con esa verga metida hasta el fondo de su culo.

Ricardo seguía bombeándola con todo. Ana había metido la cara en la almohada y continuaba gimiendo ante tan brutales embestidas.

“Parece que la putita de tu mujer acabó mientras le rompo el orto, no?”

Ella levantó la cabeza asintiendo, mientras me miraba con una cara de deseo incontrolable, gemía suavemente y parecía estar al borde de las lágrimas.

Ricardo de repente le sacó la enorme verga del culo y sin decir palabra le apuntó a la entrada de la vagina, que se veía brillante y lubricada después del orgasmo de Anita.

Otra vez la penetró brutalmente, sin hacer caso a los gritos de dolor que daba mi esposa ante tan sorpresiva intrusión. Al principio se quejaba porque evidentemente le dolía, pero enseguida comenzó a gozar con esa gigantesca pija enterrada a fondo, dando suspiros y gemidos más prolongados, mientras me miraba con una increíble expresión de lujuria.

Mi “amigo” me preguntó si me gustaba como la estaba cogiendo a mi esposa y yo le pedí que no se detuviera, que la hiciera gozar como a la perra que realmente era.
Ricardo rió sonoramente y aferró a Ana por las caderas, dándole un ritmo infernal a sus embestidas, provocándole a ella cada vez más gritos y aullidos de placer.
Luego de unos minutos el hijo de puta volvió a sodomizarla, mientras disfrutaba de los alaridos de dolor que le provocaba a mi mujer toda su brutalidad.

No recuerdo cuanto tiempo habrá pasado, pero Ana tuvo al menos otros tres orgasmos mientras le rompían el culo.
Ricardo era de hierro. No había acabado nunca y la tenía tan dura como al principio. Yo por mi parte, ya había acabado dos veces mientras los miraba y me masturbaba cerca de la cama.

Finalmente Ricardo arqueó su espalda y miró hacia el techo con la boca abierta sin poder gritar, permaneciendo quieto y sosteniendo firmemente la cola de Ana contra él, mientras le vaciaba todo su semen en el interior del delicado cuerpo de mi mujercita.

Se dejó caer sobre la espalda de Anita, todavía con su gran verga enterrada en el culo de ella, mientras jadeaba pesadamente tratando de recuperaba la respiración. Luego se fue retirando despacio, riéndose al ver como su pija todavía dura chorreaba semen sobre la castigada cola de Ana.

Ricardo se vistió sin apuro y se fue satisfecho, con la promesa de volver con algún amigo para pasar toda una noche y enfiestar a mi esposa, diciendo que yo solamente podría participar como testigo de lo que iban a hacerle entre los dos.

Yo me quedé sentado en la cama junto a mi esposa, que todavía temblaba sacudida por sus intensos orgasmos, mientras poco a poco iba recuperando la respiración. Los dos tratábamos de entender cómo habíamos llegado a esa situación tan descontrolada, pero no lo terminábamos de comprender.
Lo peor de todo es que Anita me confesó que ya estaba pensando en una próxima visita de ese mecánico rudo y ordinario… y no podía evitar excitarse…

Bir yanıt yazın

E-posta adresiniz yayınlanmayacak. Gerekli alanlar * ile işaretlenmişlerdir